La lluvia arreciaba por momentos
pero X seguía caminando a buen paso, impertérrito, por el centro de aquella
vieja calzada. Parecía no molestarle la lluvia, pero yo, que empezaba a tener
la ropa empapada, comenzaba a sentirme incómodo. Le pregunté varias veces si
estábamos dirigiéndonos a algún refugio para guarecernos, pero él,
obstinadamente, seguía adelante sin contestarme. Por último, ante mi
insistencia, se detuvo, se volvió hacia mí y me espetó:
-¡Date prisa, por favor! No tenemos tiempo que perder.
No conseguía imaginarme qué tipo de cita o encuentro requería tanta
urgencia en este polvoriento -ahora embarrado- rincón de la galaxia.
Por hablar de algo, le pregunté a X:
-¿Y todo el mundo vive en planetas? ¿Que hay de aquellas maravillas
artificiales vaticinadas por los visionarios de la hard Sci fi: "mundos
anillo","soles domesticados"...? -pregunté de forma petulante,
como si estuviera perdiendo el interés por las maravillas que este inesperado
viaje me estaba brindando-.
X, calmadamente, repuso:
-Como siempre, tu estolidez antropocéntrica delata tu pobre origen.
Siempre tiendes a ver las cosas desde el punto de vista de tu circunstancia y
tu tiempo. Pero el universo es grande, realmente grande, y ninguno de nosotros
podrá llegar a conocer sino una ínfima parte de él, aunque dedicara a ello su
completa existencia. Contestando a tu pregunta, te diré que esas maravillas
existen, y muchas más que ni tú ni tus adorados gurús de la anticipación
literaria podréis jamás llegar a imaginar. Existen, existieron y existirán. Pero
en este sector del espacio en que nos movemos, ninguna sociedad ha llegado aún
a ese periodo evolutivo. Tendríamos que alejarnos mucho de nuestro camino para
vislumbrar alguna realización de ese tipo. Así que, de momento, no verás más
que planetas como soporte de la vida y la civilización.
Me sentí un poco decepcionado, pero, tras aquel rapapolvo, no me atreví
a seguir insistiendo en el tema.
Entretanto, había dejado de llover y nuestra ropa casi se había secado,
pues un sol de justicia había vuelto a hacer su aparición en el ahora límpido
cielo. Con la caminata, la humedad y los
drásticos cambios de temperatura a que había sido sometido, temí pillar un
catarro de órdago, dada mi natural propensión a ello, pero nada de esto
ocurrió, e incluso no notaba cansancio en absoluto. Supuse que ello era debido
a las sorprendentes cualidades de aquel mágico brebaje que nos ofreció el
viejecillo.
Sumido en mis pensamientos, ya que tras la regañina X no me había vuelto
a dirigir la palabra, observé como, poco a poco, el paisaje a ambos lados de la
carretera iba cambiando. La vegetación era ahora más espesa y algunos árboles
eran visibles aquí y allá. Un poco más adelante ví como la vegetación silvestre
daba paso a ordenadas hileras de plantas de aspecto comestible. Al parecer,
habíamos llegado a una especie de
huerto. X se desvió de su camino entrando por entre las hileras de arbustos. Le
seguí sumisamente hasta que se detuvo. Arrodillada entre las matas, una rolliza
señora de aspecto risueño, se afanaba en el cuidado de las mismas. Llevaba un
pañuelo en la cabeza, unas gafitas redondas que le resbalaban sobre la nariz de
tanto en tanto, y una profusión de gotas de sudor sobre la frente, que se
enjugaba con el dorso de la mano. Estuvimos un rato observándola hacer su
trabajo sin decir palabra. Ella, aunque nos había visto llegar, también
permaneció en silencio.
Aquellas plantas tenían la tendencia, según observé, a
desarrollar algunas ramas sin hojas, más gruesas que aquellas que sí las
tenían, y que se combaban por su propio peso. La mujer se dedicaba a podarlas
cortándolas lo más cerca posible de su inicio. Cuando se aseguró de que
habíamos comprendido la naturaleza de su labor, se incorporó, se acercó a una
mesita donde había algunos utensilios y, tomando dos pequeñas pero robustas
tijeras de podar, nos las entregó a X y a mí mientras decía unas ininteligibles
parrafadas y señalaba una larguísima
hilera de plantas iguales a las que habíamos estado
observando. Compungido ante la magnitud de la tarea que nos había sido
encomendada, miré a X, luego a la tijera que tenía en mi mano, y después,
arrodillándome, comencé a trabajar.
continuará
Ya sabes que me gusta mucho esta historia por entregas, pero esta entrada merecería la pena aunque solo fuera por ese magnífico insulto:
ResponderEliminar"tu estolidez antropocéntrica delata tu pobre origen".
Estoy deseando poder soltárselo a alguien :-D
Soy un poco perezoso
Eliminary no contesto a diario
pero me llenan de gozo
tus bonitos comentarios.
Pues eso, que perdona la tardanza en contestar y sirvan esos versillos como desagravio. He intentado retomar el carácter "borde" del sr. X, que últimamente estaba muy comedido. Pero al final siempre le sale la vena. Por lo demás, al narrador lo están metiendo en una serie de faenas que el pobre no sabe por donde le vienen, pero todo tiene su finalidad...
Pues la tardanza ha merecido la pena, porque el cuarteto es de lo más cuco. Me encanta. Voy a ver si me lo aprendo :-D
Eliminar