La nave fantasma, la resurrección de HAL y la amenaza de la III Guerra Mundial
Mucho se ha especulado sobre la posibilidad de existencia de vida en el segundo satélite de Júpiter, conocido modernamente como Europa, recuperando la antigua propuesta de Simon Marius, coetáneo de Galileo y codescubridor, junto a este, del mencionado astro. Desde 1610 y hasta la década de los setenta, gracias a las míticas Voyager, Europa y sus tres compañeros (los mundos galileanos o Lunas de los Médicis) no fueron sino unos pequeños puntos luminosos que juguetonamente se movían en torno al dios de dioses trazando una danza de las esferas digna del más gentil de los valses. Pero con los flyby de estos modestos pero laboriosos veleros transolares, las cuatro lunas se convirtieron en mundos. Y más aún que el gran padre Júpiter, que hasta ahora solo nos ha mostrado su externa máscara de coloridas y turbulentas tempestades.
Europa captó en seguida la atención de los científicos en general y de los exobiológos en particular ya que su aparente morfología daba pie a albergar esperanzas sobre la existencia de condiciones propicias para la vida. Una quebradiza capa de hielo que dejaba entrever a través de sus grietas un océano de agua líquida, unido a unas fuerzas de marea que podían generar suficiente energía para contrarrestar los rigores del frío de aquellas regiones alejadas del sol; la sospecha de la existencia de cráteres volcánicos submarinos que proveerían de un apreciado ajuste térmico a sus zonas circundantes -oasis de calor, como los define Clarke en su especulación-..., todo ello invitaba a fantasear sobre la posibilidad de vida en aquella pequeña luna joviana. Como quedó dicho en la entrega anterior, los osados taikonautas de la Tsien tuvieron la suerte y al mismo tiempo la desgracia de descubrir a una de las criaturas de la extraña fauna europana: una especie de enorme cuerpo moviente, de apariencia vegetal y con inclinaciones fotótropas que, atraído por las brillantes luces de la nave, provocó involuntariamente el colapso de esta condenando a la muerte a los primeros hombres en Europa. Antes de agotar el soporte vital de su traje, uno de los naúfragos espaciales, el Dr. Chang, pudo enviar un último mensaje, captado por la Leonov, en el que daba cuenta del suceso y solicitaba que, si algún día otra nave arribaba a Europa, recogiera los restos mortales de los tripulantes para devolverlos a China.