Mi galaxia es pequeña pero acogedora. Cuenta con solo mil
millones de estrellas, de las que solo una milésima parte alberga sistemas
planetarios con vida autóctona. Por ello, no tengo demasiado trabajo. Aunque,
como estoy solo, entre visitas de inspección y trabajos de campo, se me va la
mayor parte del tiempo. Mi mundo-hogar, muy cerca del núcleo galáctico y
convenientemente alejado de cualquier sistema habitado para mantener mi
intimidad y anonimato, es un lugar maravilloso donde tengo todo lo necesario
para mis escasos periodos de descanso y ocio. Preciosos y exóticos rincones
naturales con muestras de las especies animales y vegetales de mil mundos;
playas paradisíacas en las que, durante el ocaso, la pareja de soles que
habitan mi cielo interpretan una cautivadora danza al tiempo que las fogosas
luminarias del núcleo van conquistando el cielo nocturno. Parajes lujuriantes y
desérticos; altísimas cumbres y fértiles valles. Extensas selvas y abigarrados
bosques; praderas vírgenes no holladas aún por seres humanos ni humanoides…
Pero estoy solo. El forzoso celibato de mi condición se hace
a veces en extremo penoso. Sobre todo, cuando vienen a mi mente los tiempos de
juventud en que las pequeñas diosas de mi panteón particular hacían las
delicias de una existencia despreocupada y llena de placeres.
¡Ah! Pero aquellos dulces tiempos acabaron. Cuando uno llega
a mi posición no queda apenas tiempo ni capacidad para los placeres ni las
diversiones. Solo trabajo y sereno descanso.
Así es mi mundo, así mi galaxia y así mi existencia.
Desbordado por las preocupaciones acerca de los mundos bajo mi tutela, por el mantenimiento
de la paz entre civilizaciones guerreras, por la prevención de cataclismos en
mundos torturados, por la degradación de bellos vergeles convertidos en hediondos
rediles. Incluso, a veces, teniendo que luchar contra la rebeldía de
algunos de mis agentes, confundidos por una insana acumulación de poder o
corrompidos por primarios pecados mundanos. A veces, como digo, desbordado, las
cosas se me van de las manos y ocurren desgracias, tragedias, iniquidades que
dan al traste con la idea primigenia de paz, belleza y espiritualidad con la
que fue concebido este Universo…Y oigo, apretando los dientes de impotencia,
las plegarias de almas cándidas que se preguntan cómo es posible que ocurran
estas cosas; si no hay nadie allá arriba que sea capaz de detener tanta maldad
y tanto sufrimiento. Almas bienintencionadas pero confundidas que aún creen en
el concepto de la omnipotencia. Algo que ya desde mis primeros estudios aprendí
que había que descartar en un Universo sometido a la Entropía.
Y así, oscilando entre torturados pensamientos que me hacen
cuestionar mi papel y el de mis iguales en este inmenso e ingrato océano cósmico;
y entre los recuerdos de juventud que hacen de tarde en tarde avivar en mí la
ya casi extinta llama del deseo y el amor; así van pasando los raudos eones y
veo envejecer todo lo que me rodea, morir y volver a renacer, en ese ciclo
infinito de la naturaleza en el que la semilla primigenia contenida en el polvo
estelar puede dar lugar de igual manera a humildes microorganismos o a
portentosos leviatanes que, indiferentes, surcan las aguas de ignotos mundos
perdidos en algún rincón del vasto piélago universal…
Y entonces, en algún momento de aquella convulsa época en la que comenzaba mi decrepitud, quizá unos millones de años antes o después, apareció
ella…