El gran desafio de los albores de la carrera espacial era
situar a un hombre en el espacio. Para ello se necesitaban varias cosas:
diseñar y construir una cápsula en la que al menos una persona pudiera resistir
las condiciones del espacio y, por supuesto, un cohete que tuviera la
suficiente potencia para subir dicha cápsula allá arriba. Como la potencia de
los primeros cohetes era muy limitada, se intentó diseñar una cápsula lo más
pequeña y ligera posible, ya que cuanto mayor sea la carga útil (payload) que un lanzador debe poner en
el espacio, más potencia debe tener este, lo cual implica más combustible, lo
cual implica más tamaño, etc...En cuanto al diseño de las cápsulas, rusos y
americanos optaron por distintas vías. Los primeros se acogieron a un diseño
esférico que les sirvió para sus dos primeras series: Vostok y Vosjod, que eran
prácticamente iguales, y solo se diferenciaban en la organización del espacio
habitable. Como ejemplo diremos que en las Vostok -la de Gagarin, Tereskhova y
compañía-, se colocaba un gran asiento eyectable, donde iba el único
tripulante, que ocupaba prácticamente todo el espacio útil del interior.
Esto
se debía a que por aquel entonces aún no se habían perfeccionado los sistemas
de reentrada atmosférica para un descenso lo suficientemente suave, y, por
tanto, el astronauta era eyectado a unos 7000 metros de altura
para bajar en paracaídas mientras la cápsula, en trayectoria balística, se
"estampaba" contra el suelo. En las Vosjod se prescindió de trajes espaciales y
asientos eyectables y se consiguió apretujar a tres personas (Komarov,
Feoktistov y Yegorov; Vosjod 1) o dos más una esclusa extensible (Leonov y
Belyaev; Vosjod 2). Los americanos, sin embargo, optaron por el diseño cónico,
en el cual la base del cono, provista de escudo térmico, hacía de pantalla para
el frenado atmósférico consiguiendo una pérdida de velocidad más eficiente para
el descenso controlado. En cualquier caso, los norteamericanos hacían descender
sus naves en el océano para suavizar el impacto, mientras que los soviéticos,
lo hacían en tierra firme, probablemente, por cuestiones estratégicas.
(Posteriormente, las generaciones más modernas de cápsulas, como las Soyuz,
disponían de retrocohetes, además de los paracaídas, para un último frenado
antes de tocar el suelo).
Volviendo a las
primeras cápsulas americanas, tanto la Mercury como la Gémini, tenían un diseño similar, siendo esta
última levemente mayor -en la parte habitable- para poder acomodar a una pareja
de astronautas, disponiendo además de un módulo de servicio posterior con
motores y combustible para maniobras orbitales, lo cual la Mercury no podía hacer.
La palabra cápsula
es muy adecuada para estas naves, ya que los ocupantes iban literalmente
"encapsulados", sin apenas poder moverse, dado el exiguo espacio
existente. Hasta la aparición de las ya mencionadas Soyuz, con un módulo
orbital de desahogo y las relativamente "espaciosas" Apolo de finales
de la década, los astronautas no pudieron disponer de espacio para moverse por
el interior de sus naves.
Pero volviendo a los lanzadores –o vectores, como son
llamados en la jerga técnica-, los rusos partieron con cierta ventaja en estos
inicios de la carrera, ya que consiguieron desarrollar muy pronto unos cohetes
mucho más potentes que sus contrincantes. La familia Semyorka o R-7 tuvo la
misión de colocar en la órbita terrestre tanto los famosos Sputniks, como las
primeras series de naves tripuladas, mencionadas más arriba. Estos vehículos
tenían la ventaja de ser modulares y multiplicaban su fuerza gracias a cohetes
más pequeños que iban adosados alrededor del cuerpo principal, y se desprendían
una vez agotados. La ventaja de este sistema es que ambos conjuntos funcionan
al mismo tiempo, de manera que las dos etapas suman su impulso para una
aceleración más eficiente. El racimo de cuatro cohetes que abrazan el cuerpo principal hace las veces de
primera etapa y el cohete central, la segunda. En
realidad a esto se le llama etapa y media, pues la primera se agota antes y se
desprende, mientras la segunda sigue funcionando. En cualquier caso, como
decimos, es un sistema más eficiente que el utilizado por los americanos, cuyas
etapas eran secuenciales, ya que al estar apiladas una encima de otra, no
podían funcionar hasta que se desprendía la anterior. Hasta mucho después, con
el Titán III –que llevaba adosados dos cohetes auxiliares-, o el propio STS
(transbordador), aquellos no empezaron a utilizar algo parecido.
Los Estados Unidos siguieron una línea de investigación que partía de la V-2 alemana que Von Braun se
había traído de su estancia en Peenemünde, y solo consiguieron misiles
balísticos intercontinentales de limitada potencia que, posteriormente,
adaptaron a la carrera espacial. El primer lanzamiento americano tripulado, la Mercury 3 (Freedom 7, con Alan Shepard), no
hizo sino un vuelo suborbital que alcanzó unos 180
kilómetros de altitud para volver a caer hacia la Tierra, ya que el Redstone,
derivado de la V2,
no era más que un misil balístico sin impulso suficiente para poner la cápsula
en órbita. Los rusos, que ya se preparaban para su segundo vuelo orbital (con
German Titov a bordo de Vostok 2) tras la hazaña de Gagarin, calificaron con
sorna el vuelo de Shepard como “un salto de pulga”.
El R7 soviético era mucho mayor y más potente que los cohetes americanos anteriores al Saturno |
No fue posible hasta que se desarrolló el Atlas D (también
procedente de una familia de misiles intercontinentales, pero de mayor alcance),
situar a un americano en la órbita terrestre. Lo hizo John Glenn con la Mercury 6 (Friendship 7).
Mientras los rusos seguían fieles a un diseño standard, perfeccionándolo
para conseguir poner en órbita cargas cada vez mayores, los americanos probaban
diseños distintos una y otra vez hasta conseguir sus objetivos. Otro misil
reconvertido en vehículo espacial fue el Titán II, encargado de llevar a las
cápsulas Gémini a su órbita.
La culminación de la serie de cohetes soviéticos para
lanzamientos tripulados llega con el programa Soyuz, que utilizó la versión más
avanzada del R-7. Pero con esto se llega al límite de las posibilidades de este
diseño, y se empieza a pensar en el próximo escalón, el N-1, que nunca llegaría
a ser una realidad. El N-1, un
supercohete que hubiera podido competir con el mítico Saturno V, implicaba tal
complejidad técnica en la coordinación de los impulsos combinados de sus
múltiples motores que nunca superó la fase de pruebas. Por ello, la URSS abandonó la competición
por la Luna y se
dedicó a los viajes a la órbita baja con su progrma de estaciones espaciales y
sus fiables Soyuz, que tras varias actualizaciones, siguen prestando servicio
en la actualidad.
Saturno V y N-1 |
Mientras tanto, los americanos, espoleados por la política
de reafirmación nacional impulsada por JFK, emprendieron la tarea de crear un
nuevo cohete que ya no procedería de los misiles intercontinales. Se necesitaba
algo más grande para poder llegar a la
Luna y para vencer a
los rusos. La clave estaba en implicar a todo el entramado civil y empresarial
de la poderosa sociedad estadounidense, y no depender solo del ejército. Cuando
la maquinaria industrial de los USA entró en el juego, todo cambió.
El Saturno I (1964) fue el banco de pruebas que serviría
para desarrollar el Saturno IB (para vuelos a la órbita baja) y el mastodóntico
Saturno V, que impulsaría al Proyecto Apolo hacía la Luna.
Saturn 1 |
Una vez lograda la meta que el testamento político de
Kennedy propuso a la sociedad americana quedó un bonito, carísimo y ya inútil
vehículo, adornando los jardines del centro de vuelos
tripulados de Houston. Para que esa enorme maquinaria que se había puesto en
marcha pudiera seguir funcionando, las mentes pensantes de la NASA se inventaron el Skylab,
único intento de los americanos –en solitario- en el campo de las estaciones
espaciales. Y un bonito y romántico flyby
a Venus para tres astronautas que nunca llegó a realizarse.
Después de esta etapa, los Estados Unidos se dedicaron al concepto
de los transbordadores orbitales (STS) y se abandonó el desarrollo de cohetes
para vuelos tripulados. Rusia, heredera de la infraestructura aeroespacial de
la extinta URSS, ha seguido utilizando, como ya se ha explicado, los buenos y
viejos Soyuz, que además, tras la “jubilación” de los transbordadores
americanos, se han convertido, por el momento, en el único medio para volar a la LEO (Low Earth Orbit).
Pero ¿qué tiene todo esto de actualidad? ¿O acaso es solo
un nostálgico recorrido para aquellos que, como yo, añoramos los tiempos del
“fuego en la Luna”,
como decía Norman Mailer?
Pues no: hay que mirar hacia delante. Y lo que viene es el SLS, cuya primera versión
está prevista para 2017; y el
supercohete de Spacex, Falcon Heavy, con un lanzamineto de prueba programado
para el próximo año. Y alguno de ellos es posible que nos lleve a Marte…
Otros artículos de Actualidad:
Neil A. Armstrong In Memoriam
La teletransportación es el futuro
Un diamante de 29885 cuatrillones de quilates
Tres formas de desviar un asteroide indeseado
Astroética
Nanobots y el futuro de la Medicina
El monstruo del Mar Caspio
Cohetes: el medio de transporte más lento (¡¿?!)
No hay comentarios:
Publicar un comentario