domingo, 6 de enero de 2013

Intro XX




  La lluvia arreciaba por momentos pero X seguía caminando a buen paso, impertérrito, por el centro de aquella vieja calzada. Parecía no molestarle la lluvia, pero yo, que empezaba a tener la ropa empapada, comenzaba a sentirme incómodo. Le pregunté varias veces si estábamos dirigiéndonos a algún refugio para guarecernos, pero él, obstinadamente, seguía adelante sin contestarme. Por último, ante mi insistencia, se detuvo, se volvió hacia mí y me espetó:

  -¡Date prisa, por favor! No tenemos tiempo que perder.

  No conseguía imaginarme qué tipo de cita o encuentro requería tanta urgencia en este polvoriento -ahora embarrado- rincón de la galaxia.

  Por hablar de algo, le pregunté a X:

  -¿Y todo el mundo vive en planetas? ¿Que hay de aquellas maravillas artificiales vaticinadas por los visionarios de la hard Sci fi: "mundos anillo","soles domesticados"...? -pregunté de forma petulante, como si estuviera perdiendo el interés por las maravillas que este inesperado viaje me estaba brindando-.

  X, calmadamente, repuso:

  -Como siempre, tu estolidez antropocéntrica delata tu pobre origen. Siempre tiendes a ver las cosas desde el punto de vista de tu circunstancia y tu tiempo. Pero el universo es grande, realmente grande, y ninguno de nosotros podrá llegar a conocer sino una ínfima parte de él, aunque dedicara a ello su completa existencia. Contestando a tu pregunta, te diré que esas maravillas existen, y muchas más que ni tú ni tus adorados gurús de la anticipación literaria podréis jamás llegar a imaginar. Existen, existieron y existirán. Pero en este sector del espacio en que nos movemos, ninguna sociedad ha llegado aún a ese periodo evolutivo. Tendríamos que alejarnos mucho de nuestro camino para vislumbrar alguna realización de ese tipo. Así que, de momento, no verás más que planetas como soporte de la vida y la civilización.

  Me sentí un poco decepcionado, pero, tras aquel rapapolvo, no me atreví a seguir insistiendo en el tema.

  Entretanto, había dejado de llover y nuestra ropa casi se había secado, pues un sol de justicia había vuelto a hacer su aparición en el ahora límpido cielo. Con la  caminata, la humedad y los drásticos cambios de temperatura a que había sido sometido, temí pillar un catarro de órdago, dada mi natural propensión a ello, pero nada de esto ocurrió, e incluso no notaba cansancio en absoluto. Supuse que ello era debido a las sorprendentes cualidades de aquel mágico brebaje que nos ofreció el viejecillo. 



  Sumido en mis pensamientos, ya que tras la regañina X no me había vuelto a dirigir la palabra, observé como, poco a poco, el paisaje a ambos lados de la carretera iba cambiando. La vegetación era ahora más espesa y algunos árboles eran visibles aquí y allá. Un poco más adelante ví como la vegetación silvestre daba paso a ordenadas hileras de plantas de aspecto comestible. Al parecer, habíamos llegado a  una especie de huerto. X se desvió de su camino entrando por entre las hileras de arbustos. Le seguí sumisamente hasta que se detuvo. Arrodillada entre las matas, una rolliza señora de aspecto risueño, se afanaba en el cuidado de las mismas. Llevaba un pañuelo en la cabeza, unas gafitas redondas que le resbalaban sobre la nariz de tanto en tanto, y una profusión de gotas de sudor sobre la frente, que se enjugaba con el dorso de la mano. Estuvimos un rato observándola hacer su trabajo sin decir palabra. Ella, aunque nos había visto llegar, también permaneció en silencio. 
  Aquellas plantas tenían la tendencia, según observé, a desarrollar algunas ramas sin hojas, más gruesas que aquellas que sí las tenían, y que se combaban por su propio peso. La mujer se dedicaba a podarlas cortándolas lo más cerca posible de su inicio. Cuando se aseguró de que habíamos comprendido la naturaleza de su labor, se incorporó, se acercó a una mesita donde había algunos utensilios y, tomando dos pequeñas pero robustas tijeras de podar, nos las entregó a X y a mí mientras decía unas ininteligibles parrafadas y señalaba una larguísima  hilera de plantas iguales a las que habíamos estado observando. Compungido ante la magnitud de la tarea que nos había sido encomendada, miré a X, luego a la tijera que tenía en mi mano, y después, arrodillándome, comencé a trabajar.

continuará


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3 comentarios:

  1. Ya sabes que me gusta mucho esta historia por entregas, pero esta entrada merecería la pena aunque solo fuera por ese magnífico insulto:
    "tu estolidez antropocéntrica delata tu pobre origen".
    Estoy deseando poder soltárselo a alguien :-D

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    1. Soy un poco perezoso
      y no contesto a diario
      pero me llenan de gozo
      tus bonitos comentarios.

      Pues eso, que perdona la tardanza en contestar y sirvan esos versillos como desagravio. He intentado retomar el carácter "borde" del sr. X, que últimamente estaba muy comedido. Pero al final siempre le sale la vena. Por lo demás, al narrador lo están metiendo en una serie de faenas que el pobre no sabe por donde le vienen, pero todo tiene su finalidad...

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    2. Pues la tardanza ha merecido la pena, porque el cuarteto es de lo más cuco. Me encanta. Voy a ver si me lo aprendo :-D

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