viernes, 1 de mayo de 2015

Intro XXXV

 
  
   De modo que todo era tan trivial...tan simple. Como en el día a día en cualquiera de nuestras carreteras. Mi involuntaria y recién adquirida reverencia hacia los logros tecnológicos y científicos de estas gentes que ahora sé que pueblan el Universo, a veces me hacía perder de vista lo obvio: del mismo modo que en mi mundo al salir de viaje se toman una serie de precauciones para solventar eventuales imprevistos, mi cachazudo compañero y sus congéneres habrían establecido una serie de medidas de seguridad en torno a sus delirantes excursiones por el vasto océano cósmico. Cómo pude ser tan ingenuo al pensar que mi amigo se aventuraba a tal odisea bajo el único amparo de un artilugio que parecía un boli de cuatro colores...
  Así pues, abordamos el taxi galáctico dispuestos a salir de aquel bólido que en poco tiempo comenzaría a hervir bajo el influjo de la cercana estrella que, indolentemente, lo atraía a sus dominios. Una leve sonrisa se dibujó en mis labios cuando pensé que, de todas formas, el vivaz guijarro, tras acercarse peligrosamente a su soberano, y aún habiendo perdido parte de su masa y su energía en el trance, volvería a remontar su órbita, en pos del gélido afelio, escapando una vez más de aquel pozo de gravedad y burlando, quizá por otros cien años, a su poderoso amo.
  Apenas tuve tiempo de observar la nave en la que íbamos a viajar. Yo tenía poca o más bien nula experiencia sobre los diseños de naves espaciales de estas adelantadas civilizaciones, ya que hasta ahora los medios de transporte que había conocido eran, al igual que el nuestro, de carácter intangible, basados mayoritariamente en el fenómeno de la teleportación, o desarrollos ad hoc como los ascensores orbitales. Así que esta era realmente la primera nave espacial que veía en mi viaje y la verdad es que me decepcionó un poco, dada mi natural predilección por la estética novelesca y aventurera: un alargado e informe cuerpo de un sucio color metálico, plagado de aristas y planos en distintas orientaciones, con múltiples orificios por doquier que, supuse, eran las toberas de los motores, daban al conjunto el desagradable y preocupante aspecto de una lata profusamente abollada y a punto de ser arrojada a la basura...
El contrahecho navío no llegó a posarse en la superficie. Permaneció flotando a unos metros del suelo y proyectó desde su panza una pequeña plataforma retráctil que nos elevó hasta su interior. Una vez acomodados en unos austeros asientos, me dispuse a "disfrutar" del viaje mientras observaba como X manipulaba hábilmente una pequeña consola incrustada en el brazo de su asiento.
- Sí, estoy intentando averiguar a dónde nos lleva este cacharro -repuso distraídamente en respuesta a mi no formulada pregunta-.
  No tengo la menor idea sobre la velocidad a la que nos desplazábamos pero en aquel reducto desprovisto de ventanas, insonorizado y solo suavemente iluminado, no teníamos la más mínima sensación de movimiento.
                                                                ... ...  ... ...

  Acostumbrado a la versatilidad y rapidez del dispositivo de mi compañero, la travesía en aquel armatoste se me hizo larga y pesada. A ratos dormité, a ratos me sumí en confusas reflexiones; conversé con X de forma esporádica, e intenté poner en marcha la consola de mi asiento, si bien, al poco, renuncié, dado lo complicado de la tarea...
  "Soy un estúpido -pensé- quejándome de la lentitud de este viaje. Probablemente estoy moviéndome a miles de veces la mayor velocidad que nadie de mi mundo haya alcanzado nunca..."
  Pero la ausencia de estímulos sensoriales, el cansancio que ya empezaba a hacer mella y, probablemente, la debilidad que ya atenazaba a mi pobre y vapuleado cuerpo después de tantas vicisitudes, hacían que mi resistencia estuviera llegando al límite.
  Sin embargo -observé apreciativamente-, X parecía fresco como una lechuga. Tan flemático e inalterado como siempre, se hallaba allí sentado como viéndolas venir, mirando al frente, sin aparentar la más mínima incomodidad.
- No te preocupes -dijo en un tono casi amable, sorprendente en él- tu cuerpo se está adaptando para la tarea que vas a realizar. Lo que notas no es cansancio, algo ya ajeno a tí para siempre; no es aburrimiento ni desesperanza. Todas esas sensaciones han dejado de pertenecer a tu nueva realidad. Tu cuerpo y tu mente se están transformando...
- No entiendo lo que quieres decir...¿transformación?...¿tarea?
  Un suave sopor comenzó a invadirme mientras escuchaba a X. Podía seguir perfectamente su discurso, pero era incapaz de articular palabra. Sin apenas darme cuenta, las palabras se convirtieron en ideas y estas en imágenes. Por un momento, recordé la telepática explicación que me brindo la señora de la plantación en Tealma 1. Esto era algo parecido...
  Imaginé o vi, o soñé, unos mundos hermosos que bullían de vida y energía, lugares de paz y concordia en que especies racionales e irracionales convivían en equilibrio y en el que una tecnología al servicio de la  ecología velaba por la salud planetaria. 
  Vi como algunos de estos mundos, al cabo de eones, se marchitaban, al degradarse la luminaria que los dotaba de luz y calor. Pero sus habitantes ya estaban preparados para dar el salto a otros mundos. O para sembrar la semilla de la vida en el mundo siguiente, más cercano a su sol, sobre el que la energía de este aún se derramaba con generosidad.
  Y,  a veces, se desandaba el camino...Para volver atrás y recuperar el mundo marchito que una vez fue abandonado.
  "Quizá hay un ciclo en el organismo planetario. Al igual que las fases de la vida de una estrella; o al igual que la tierra debe descansar antes de la próxima cosecha...De la misma forma que algunos seres han de hibernar para resistir el paso de las estaciones..."
  Soñé que en algunos de esos mundos, personas anónimas, voluntarias, dedicaban parte de su tiempo a viajar por el cosmos prestando su ayuda y experiencia en otros mundos. Enrolando en esta causa a gentes de cada lugar que, sin saberlo, pasaban a ser piezas importantes en este juego que jugaba el Universo. El juego del cosmos contra el caos. Ese caos que, con machacona e impertubable tenacidad, lo desafiaba.
Y ahora, al parecer, era mi turno...  
  "¿Pero cómo podré hacerlo?"

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