domingo, 15 de marzo de 2015

Primeros vuelos humanos al espacio VIII


 
Cápsula Gemini preparada para el montaje
  
  La Gemini 7 llevaba ya 11 días en órbita cuando la 6 consiguió despegar despues de tres intentos, como ya quedó explicado en el capítulo anterior. El margen de tiempo era escaso, así que la cita orbital no podía esperar. A Lovell y Borman, sucios y cansados tras semana y media en el espacio, a cuatrocientos kilómetros de la ducha más cercana y sin poder cambiarse de ropa, supongo que lo de la visita de sus colegas ya les daba un poco igual, y no veían el momento de abalanzarse sobre las refrescantes aguas de las Bermudas para ser recogidos por el USS Wasp. Pero cumplieron disciplinadamente con el objetivo y esperaron pacientemente como target pasivo a que Wally Schirra enfilara su morro hacia ellos en la órbita nº 5, unas 6 horas después del lanzamiento.

  Sin embargo,  la maniobra no era tan simple. Era la primera vez que se intentaba y había que tirar del manual de mecánica orbital para salir airoso del trance. Para explicarlo en palabras sencillas, diremos que dos naves que han de acoplarse necesitan lo siguiente:



1.      Estar en la misma órbita, es decir a la misma altura sobre la Tierra.

2.      Perseguirse una a otra hasta alcanzarse.

3.      Igualar velocidades, hasta que la velocidad relativa entre ellas sea 0.

4.      Maniobrar para situarse frente a frente.

5.      Acercarse muuuuy despacio.



Para conseguir el punto 1 sin un gasto inviable de combustible, primero hay que calcular la “ventana de lanzamiento”, es decir, lanzar la nave perseguidora poco después de que el objetivo pase por encima del lugar de lanzamiento.

Para conseguir el punto 2, la nave que hemos denominado “objetivo” y que actúa “pasivamente” deberá mantener su velocidad orbital constante, de manera que sirva de referencia a la nave perseguidora, que se desplazará más rápido y tendrá que frenar cuando se acerque a su objetivo. Pero no se puede correr a tontas y a locas porque como ya sabrán todos ustedes, cuando se acelera en órbita, lo que hacemos es alejarnos de la Tierra, acercándonos a la velocidad de escape, por lo que los aumentos de velocidad deben hacerse en márgenes muy estrechos. Por ello, esta persecución es “lenta” y puede requerir varias horas y varios lapsos orbitales. De todas formas, la anterior eventualidad  no ocurriría nunca, pues, en la práctica, las naves de rango orbital no tienen potencia suficiente para escapar de la influencia de la Tierra.

Una vez avistado el target pasivo, como queda dicho, la nave activa frenará hasta igualar la velocidad de aquel y situarse en velocidad relativa 0, es decir, que aunque ambas naves estén volando a 20.000 km por hora, parecerá que están paradas una respecto a la otra.

Y una vez conseguido esto, que es lo más difícil, el acoplamiento en sí será coser y cantar. Con los motores de maniobra, que proyectan pequeños chorros de gas, la nave activa ejecutará una especie de baile alrededor de la otra, pasando por encima –o debajo- hasta colocarse delante y, dándose media vuelta, colocarse frente a frente…

Astronautas accediendo a la cápsula


  Una vez estacionadas las dos naves en esa posición, se mantuvieron volando en formación durante otras tres órbitas y media. Llegaron a acercarse a una distancia de 30 cm. El objetivo del encuentro entre naves espaciales había sido logrado por primera vez en la joven historia de la astronáutica y la fiabilidad y precisión de los motores cohete y los ordenadores de navegación había quedado demostrada. Un suspiro de alivio recorrió todas las instancias de la NASA, ya que la conquista de la Luna pasaba por la estrategia LOR (lunar orbit rendezvous, es decir, encuentro en órbita lunar). Sin la tecnología que acababan de experimentar las Gemini, el viaje a la Luna -y,  especialmente, la vuelta a casa de los que realizaran la hazaña- habría sido imposible.
Nave Apolo en órbita lunar


Schirra y Stafford terminaron su misión con una reentrada nominal (según lo previsto) amerizando en el Atlántico Occidental a solo 10 kilómetros del punto preestablecido, el 16 de diciembre de 1965, siendo la duración del vuelo de poco más de un día.

Cuarenta y ocho horas más tarde, la Gemini 7 realizó la misma maniobra, regresando con un nuevo record: la más larga estancia en el espacio hasta la fecha: el tiempo necesario para haber ido y vuelto a la Luna dos veces.


El año 1965, en el que se completaron cinco misiones, terminaba, pues, para la NASA, con una serie de logros que no hacían más que reforzar la esperanza de alcanzar la aún lejana meta en la que todos los integrantes del proyecto espacial estaban embarcados: llegar a la Luna.

Durante el año 1966, otras cinco misiones Gemini tendrían lugar. Durante estas se conseguiría por fin el objetivo de los acoplamientos de naves con las esquivas Agenas; las citas orbitales y los paseos espaciales ya serían algo rutinario y las estancias en el espacio algo perfectamente llevadero para los avezados astronautas.
Tripulación de la Gémini 8


Gemini 8. El bautizo espacial de un pionero lunar.  Neil Armstrong y David Scott fueron lanzados al espacio desde el complejo LC 19 de Cabo Cañaveral el 16 de marzo de 1966. Todo parecía ir bien y el primero de los objetivos de la misión fue alcanzado sin problemas. Con pericia y frialdad, Armstrong consiguió el acoplamiento con la Agena GATV-5003, tras unas seis horas de vuelo. Pero una vez conseguido este primer objetivo de la misión, algo inesperado sucedió…

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