domingo, 18 de enero de 2015

Un mundo por descubrir (III)

La biblioteca oculta de Zöor (XI): Un mundo por descubrir  (III)
                 

 ¡Sin duda el mejor regalo que podríais haberme hecho! Aún no salgo de mi asombro con este fabuloso ingenio. Debo reconocer que en un primer momento fui presa del miedo, pues me pareció una maquinación diabólica. Pero en seguida comprendí que un objeto tan magnífico y bello no podía sino ser obra de la más benigna inspiración. No comprendo realmente su funcionamiento ni la fuerza que lo mantiene, pero he podido llegar a manejarlo con bastante precisión gracias a los consejos adjuntados en vuestra amabilísima y cumplida carta. 
  Cuando una vez desembalado el objeto, se mostró ante mí esa especie de pequeña rueda maciza de aspecto metálico, no comprendí en absoluto su finalidad ni propósito, así que presté toda mi atención a la carta que lo acompañaba. En ella entendí, no sin incredulidad, que aquello era una especie de mapa, y, por ello, ávidamente, comencé a manipularlo en busca de inscripciones o imágenes que tuvieran en ese sentido alguna significación. No es necesario añadir que mi decepción fue tan grande como inmediata, ya que aquel liso cilindro o disco carecía de marcas en su ininterrumpida y pulcra lisura. Así pues, volví a la lectura de la carta en la confianza de que viniendo de vos, no podía tratarse de una burla o un sinsentido que pretendiese jugar con mi credulidad.
  Entendí, pues, prosiguiendo la lectura, que aquel prodigioso objeto no pertenecía a la tecnología de este mundo, o al menos de lo generalmente conocido; y supe, por tanto, en una especie de relámpago de comprensión, que hay otras fuerzas, otros conocimientos y, quizá, otras sociedades, más avanzadas que la nuestra, conviviendo y laborando en este nuestro mundo y guiándonos por el camino de la investigación y los descubrimientos. Vos mismo, entendí, sabio de otra época, como otros muchos que trabajando en secreto portáis la perdida antorcha de arcanos y secretos saberes ocultos en la noche de los tiempos, y que una desgraciada era de oscurantismo sepultó por siglos, perteneceríais a ese linaje. Comprendí los trabajos de Eratóstenes, la magia de los elementos estudiada por los filósofos presocráticos, la herencia recibida por los alquimistas, el don de predicción atesorado por los profetas. Muchas habilidades que a la luz de la razón de nuestra época no parecían más que engaños y leyendas, cobraban ahora un sentido...
  Mi espíritu religioso, sin embargo, se resistía a la aceptación de saberes mágicos, quizá diabólicos; se rebelaba contra la existencia de sociedades secretas que gobernaran este mundo desde las sombras...¿sería yo un mero instrumento en sus manos? ¿con la misión de llevar a cabo una gesta necesaria para la transformación del mundo tal como lo conocemos...?
  El marino y aventurero que llevo dentro salió al paso de todas estas dudas y aprensiones. Sea como fuere la vida y la historia me ponían en bandeja una oportunidad única. Olvidando lo trascendente de la empresa, que probablemente superaría el plazo de una pobre vida como la mía, decidí hacer mi parte, iniciar la chispa de lo que probablemente llegaría a ser una de las más grandes epopeyas protagonizadas por la humanidad.
  Despejé mi mesa de trabajo y situé en su centro el "mapa", tal como indicaban las instruciones indicadas en la carta. Unos radios partían del borde interior de la rueda confluyendo en una pequeña esfera centrada y ligeramente elevada sobre el nivel de aquella. Todo esto daba al conjunto la apariencia de un pequeño timón de barco. En el centro de la pequeña esfera un pequeño cristal relucía a la mortecina luz de la estancia. Observándolo con mayor detenimiento pude comprobar que se trataba de una especie de lente, como esas que se usan para la observación de objetos pequeños, pero de minúsculas proporciones. El objeto, inerte, no parecía tener funcionalidad alguna pero, incrédulo, pasé una mano por encima de la esfera como indicaban las instrucciones y,  de pronto, la lente se iluminó. 
  Sobresaltado, di un paso atrás y la visión más sorprendente se reveló ante mí. Unos pequeños haces de luz se proyectaban desde la esfera central del artefacto, hacia arriba, creando en el aire la ilusion de una imagen. Me acerqué y comprendí que dicha ilusión era bastante compacta, pues reaccionaba ante la cercanía de mis dedos. Estudiando dicha imagen con atención llegué a la conclusión de que aquel era el verdadero mapa del que hablaba mi amigo en la carta...
  Una esfera iluminada en múltiples y brillantes colores, con los azules de los mares, los terrizos ocres de praderas y desiertos, los distintos tonos de verde de los nórdicos bosques o las lujuriantes selvas ecuatoriales, nubles blancas por doquier. ¡Es un mapa completo de nuestro mundo! El "orbis terrarum" en su compleja totalidad. ¡El sueño de cualquier geógrafo!
  Cuando comprendí que una inteligencia muy superior, acompañada de una tecnología muy lejos del alcance de esta época era la verdadera responsable de este logro, no pude por menos que dar credibilidad a todo lo que este portentoso mapa me mostraba.
  Así pues, lo primero que hice fue buscar mi ubicación. Allí estaba representada la Vieja Europa, con la Península Ibérica en su privilegiada situación, dominando la entrada del Mediterráneo y asomándose al proceloso Mar Océano. En su balcón sobre las tierras Africanas y un poco apartada del cuerpo central del continente europeo. Sobre este, unas espesas nubes ocultaban los detalles de lo que debería ser la cordillera alpina y las llanuras centroeuropeas, así como el valle del Rhin. Aquellas se movían lentamente y pensé que quizá tendría que esperar a que se disiparan o se apartaran para poder observar los territorios que se hallaban debajo. Me pregunté qué sentido tenía tapar con nubes toda esa filigrana de detalles topográficos tan laboriosamente trabajados y se me ocurrió una divertida idea. Antes de concebirla totalmente, mis ávidas manos ya revoloteaban cuidosamente sobre el mapa y, complacido, confirmé mis sospechas: podía apartar las nubes a voluntad para proseguir las observaciones. Es más, pensé, ¡el mapa no solo representa los detalles de la superficie, sino también el estado de la atmósfera!
  Después de una somera revisión del Antiguo continente y las rutas marinas más habituales, dediqué mi atención al objeto de mi proyecto. Por ese entonces ya había aprendido a manejar el mapa y podía girarlo, voltearlo y ampliarlo a mi antojo, solo con los movimientos de mis manos. La imagen del mapa, que provisionalmente bautice con el nombre de "holoimagen", puesto que no se trataba de una visión plana desde una única perspectiva, sino de la representación del objeto completo, me mostró al rotar en dirección oeste-este la verdadera dimensión del océano, lo que me sobrecogió momentáneamente al comprender que mi proyectado viaje iba a ser mucho más largo de lo que creía. Pero en seguida, con sorpresa pude ver que las costas al otro lado no se correspondían con el esperado perfíl de Cipango, Catai y las tierras del Gran Khan. En su lugar, una nueva tierra, enorme, gloriosa, se extendía de norte a sur, serenamente agazapada, esperando a que algún osado marino alcanzara sus riberas. ¡Un mundo por descubrir!

No hay comentarios:

Publicar un comentario