lunes, 1 de septiembre de 2014

Intro XXXIII


  Diez millones de agujas se clavaron en mi piel. Fui descuartizado, torturado, abrasado y estrangulado innumerables veces a lo largo de aquel eterno segundo. Mis órganos internos fueron triturados con diabólica eficacia. La sangre, circulando de manera caótica, abandonaba sectores de mi cuerpo y se agolpaba en otros alcanzando una presión insoportable. Algunos capilares comenzaron a estallar…Toda la cruel parafernalia de los hábiles inquisidores medievales no habría alcanzado el clímax de dolor y sufrimiento que aquel episodio provocó en mí y, supuse, también en X. Con un destello de ironía en mi desfalleciente cerebro, llegué a pensar que quizá hubiera sido mejor el golpe contra el fondo del barranco. Luego, nada. Supongo que mi cuerpo y mi mente sucumbieron al dolor y perdí el conocimiento.

  Pero sobrevivimos. La desesperada estrategia de X dio resultado. Más tarde me explicó que, en aquellos angustiosos momentos, comprendió que el dispositivo no podía elevarlos al estar sometido a la aceleración de la caída, y que necesitaría un punto de apoyo, sobre el que establecer la fuerza del impulso ascendente. Pero tuvo que esperar a estar cerca del suelo para poder utilizarlo como tal.

  Seguramente, el bueno de X, cuando terminara este viaje, se pondría en contacto con los técnicos o cabezas pensantes o prebostes tecnológicos o lo que quiera que sea que tienen en su mundo para ocuparse de los detalles técnicos de estos superavanzados cacharritos para explicar lo que hizo y que ellos a su vez le explicaran qué es lo que pasó realmente. Yo no necesitaba saber nada de eso. Me conformaba con ver que, de una u otra forma, había funcionado y nos había salvado la vida.