Diez millones de agujas se
clavaron en mi piel. Fui descuartizado, torturado, abrasado y estrangulado
innumerables veces a lo largo de aquel eterno segundo. Mis órganos internos
fueron triturados con diabólica eficacia. La sangre, circulando de manera caótica,
abandonaba sectores de mi cuerpo y se agolpaba en otros alcanzando una presión
insoportable. Algunos capilares comenzaron a estallar…Toda la cruel parafernalia
de los hábiles inquisidores medievales no habría alcanzado el clímax de dolor y
sufrimiento que aquel episodio provocó en mí y, supuse, también en X. Con un
destello de ironía en mi desfalleciente cerebro, llegué a pensar que quizá
hubiera sido mejor el golpe contra el fondo del barranco. Luego, nada. Supongo
que mi cuerpo y mi mente sucumbieron al dolor y perdí el conocimiento.
Pero sobrevivimos. La desesperada
estrategia de X dio resultado. Más tarde me explicó que, en aquellos
angustiosos momentos, comprendió que el dispositivo no podía elevarlos al estar
sometido a la aceleración de la caída, y que necesitaría un punto de apoyo,
sobre el que establecer la fuerza del impulso ascendente. Pero tuvo que esperar
a estar cerca del suelo para poder utilizarlo como tal.
Seguramente, el bueno de X,
cuando terminara este viaje, se pondría en contacto con los técnicos o cabezas
pensantes o prebostes tecnológicos o lo que quiera que sea que tienen en su
mundo para ocuparse de los detalles técnicos de estos superavanzados
cacharritos para explicar lo que hizo y que ellos a su vez le explicaran qué es
lo que pasó realmente. Yo no necesitaba saber nada de eso. Me conformaba con
ver que, de una u otra forma, había funcionado y nos había salvado la vida.
Después tuvimos tiempo de hablar
sobre el tema y X me contó las dos teorías que, a vuelapluma, había bosquejado
para dar explicación al fenómeno. Ambas eran igualmente interesantes y, por
descontado, igualmente difíciles de creer:
La primera consistía en una
especie de efecto de repulsión. Al orientar el dispositivo hacia el suelo, y
dado que estábamos cayendo, es decir acelerando de acuerdo a la fuerza de
gravedad del planeta, lo que hicimos fue “apartar” al planeta de nuestro
camino, pero, dada la diferencia de masa entre ambas partes (el propio planeta
y la suma de la masa de estos dos desgraciados), sufrimos una especie de brutal
retroceso que nos envió de vuelta al espacio en una trayectoria indefinida.
Esto me recordó un poco aquello que contaban los ingenieros aeroespaciales que
enviaban sondas a explorar los planetas del sistema solar y que programaban trayectorias
para aprovechar el impulso que confería la rotación de un planeta –por ejemplo,
Júpiter- y así aumentar la velocidad de
la nave para poder alcanzar la siguiente etapa de su viaje. A. C. Clarke
explicaba este fenómeno –utilizado también en algunos pasajes de sus novelas-
indicando que, dado que la mecánica celeste no regala nada, el impulso ganado
por el artefacto, se restaba en
realidad a la velocidad de rotación del planeta, con lo que Júpiter iría un
poquito más lento tras el paso de la nave en cuestión. Pero era una diferencia
tan infinitesimalmente pequeña que esperaba que nadie se diera cuenta…
Esta teoría no estaba nada mal y
explicaba los dolores y sufrimientos que habíamos experimentado al haber estado
sometidos a una brutal aceleración en sentido contrario al inicial. Pero la
segunda era, si cabe, aún más sorprendente…
X pensaba también que, quizá, al
orientar el cacharro hacia el planeta y dado que el alcance de aquel podía
llegar a varios años luz, su impulso lo que hizo fue, simplemente, atravesar el planeta –y nosotros con
él-. Me dio miedo pensar que, en realidad, el dispositivo era algo parecido a
aquella fantasía de la teleportación estilo Star
Trek, en la que los cuerpos de los viajeros se deshacían para volver luego
a formarse en destino. Así, X y yo,convertidos en un haz de ondas, energía,
átomos, o lo que fuera, atravesamos el planeta por entre los espacios vacíos de
la matería que lo forma y nos reconstituimos al otro lado, mucho más allá del
mismo, de su sistema planetario y, muy probablemente, en los alrededores de
otra estrella. Como explicación de la tortura experimentada tampoco estaba nada
mal esta otra teoría…
Pero, ¿a dónde habíamos ido a
parar? Ni idea. Le pregunte a X:
-¿ Pero, exactamente, donde
estamos? ¿Vagando aún por el espacio?
La habitual cortina de oscuridad
aún no se había disipado. Pero llevábamos mucho tiempo en el salto, cuando lo
habitual era que estos no excedieran de dos o tres minutos a lo sumo.
-Realmente, no lo sé. Y es extraño que el salto dure
tanto, como seguramente estás pensando, pero dadas las peculiares condiciones
de este , no me extraña que dure más de lo normal. Seguramente el navegante
automático del dispositivo esté buscando un lugar donde soltarnos…y no
encuentre nada.
Empecé a preocuparme. ¿Y si nos quedamos
vagando en este hueco negro para toda la eternidad? ¿Podríamos seguir
respirando durante mucho tiempo? ¿Moriríamos de hambre? Todo lo que habíamos pasado para salvarnos podía no
servir de nada si finalmente sucumbíamos perdidos en el espacio…
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