sábado, 29 de marzo de 2014

Intro XXXII


 
    El terror imaginado, la horrible sensación que nos acecha en lúgubres pesadillas, ese instante de pánico en el que un abismo sin asideros nos traga indefectiblemente. Cuantas veces hemos sufrido en sueños esa sensación de caída fatal hacia las fauces de un precipicio, por la mala suerte o por nuestra propia estupidez. Sensación de caída, irremediable, sin esperanza, pavoroso instante en el que el mundo nos deja para siempre. Por suerte, en las pesadillas, esta sensación dura un instante y, generalmente, tras una incómoda convulsión, nuestro propio cuerpo nos despierta, alejando los miedos. Pero ahora era de verdad. Como si se tratara de arenas movedizas, el suelo se había desecho bajo mis pies, como un terrón de azúcar, por el peso de mi cuerpo. De alguna manera nos habíamos visto desplazados al mismo yermo paraje por el que transitamos en nuestra primera visita a aquel planeta. Pero, ¡ay! Mala suerte, fuimos a aparecer justo en el borde de aquel precipicio cuya contemplación me había dejado sin aliento. Aquella titánica herida en la piel del mundo provocada por una fatal carambola cósmica.

  Efectivamente, algún fallo o interferencia en el proceso que nos permitía desplazarnos por el espacio tiempo, habría provocado un pliegue o pliegues inesperados que nos habrían arrojado de vuelta a aquel lugar que era la realidad, el verdadero rostro de Daroon en la actualidad. Aprendí, de pronto, que la naturaleza de las cosas es probablemente obstinada y se esfuerza en hacernos comprender que por muy ingeniosas tecnologías que podamos desarrollar estos simios convertidos en hombres que se han hecho con el poder en una apreciable porción del Universo, estaremos siempre sujetos a la obtención del beneplácito de las verdaderas fuerzas que lo gobiernan, ya que, imperfectos y falibles, tendremos siempre un resquicio para el error, la imprevisión, lo desconocido…

  Pero de nada me serviría ya, a estas alturas, esa lección. Me quedaban solo unos segundos de vida, quizá minutos, dependiendo de la insondable profundidad de aquel abismo. Todo esto lo vi en un fugaz instante, cuando manoteando como un insensato intentaba revertir el ya fatal desequilibrio provocado por la falta de apoyo para mis pies, que me hacía caer hacia atrás.

  Sin embargo, en mi desesperación pude contemplar como, con una agilidad que nunca hubiera esperado de su desgarbada anatomía, X dio un fuerte salto hacia delante y, sujetándome  por la cintura, se unió a mí en la caída.

  Muy bien. Mi situación antes era desesperada. Ahora ya no había remedio.

  Ahora caíamos ambos hacia las profundidades del barranco. Era el fin.

  Pensé que no tenía sentido que X se hubiera sacrificado para no dejarme caer solo. Que, quizás presa de la desesperación por no poder salvarme, había actuado como un loco.

  Pero en ese momento vi que empuñaba el dispositivo y, dirigiéndolo hacia arriba, como siempre, pulsó repetidamente el botoncito. ¡Ah! -pensé aliviado- Ese era el plan. Un salto in extremis, a donde fuera, a cualquier parte que nos alejara de la muerte agazapada en este abismo. Pero no pasó nada…

  Seguíamos cayendo. El fondo del barranco se acercaba vertiginosamente y solo me pregunté si llegaría a sentir dolor o la muerte sería instantánea, rogando que ocurriera esto último.

  Iba a cerrar los ojos esperando el brutal impacto cuando vi como X, en un arranque de genialidad o desesperación, apuntó el cacharro hacia abajo, hacia el suelo y volvió  a pulsar el botón.

continuará

anterior                     siguiente 

2 comentarios:

  1. Mira que es listo el marcianito. Un poco borde, sí, pero muy listo. Bueno, doy por hecho que el truco funciona, porque si no...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Como ves estoy contestando todos los comentarios que debía...más vale tarde que nunca. Pues sí, esto ha quedado en pleno suspense. Más allá de un cliffhanger, ya han caído al abismo. ¿Terminarán ahí las andanzas de X y su compadre? No creo, esta gente tiene cuerda para rato...Graaaacias y saluditos.

      Eliminar