miércoles, 23 de octubre de 2013

Comentarios. 2010, Odisea dos (II)

Astronave china "Tsien", vida en Europa y una peligrosa incursión en la atmósfera joviana.
Clarke predijo que en las primeras décadas del siglo XXI ya existiría un programa chino de naves espaciales tripuladas. En la imagen, el conjunto Shenzhou-Tiangong

  Terminábamos la primera parte de este articulito sobre "2010, Odisea dos..." reseñando la labor que quedaba por delante al bueno de Woody Floyd y a su colega soviético para convencer a sus respectivos gobiernos de permitir la realización de una misión conjunta a Júpiter con la participación de ambas potencias.
  El argumento principal para convencer a los políticos de ambos lados, ya predicho por Moisevitch, era que, desde la perspectiva del bloque comunista, se trataría de una misión soviética, con una nave soviética, con cosmonautas soviéticos que, por compasión, llevarían a unos pobrecitos pasajeros norteamericanos que no disponían de transporte propio. Los americanos, a su vez, se dejarían denigrar de este modo a cambio de evitar que los rusos llegaran solos a la vieja Discovery I y, quizá, descubrieran, antes que ellos, los secretos que aquella pudiera esconder sobre la malograda Misión Júpiter. Al hilo de esto, hay en el filme una memorable escena en la que Floyd se entrevista con su sucesor al frente del CNA, delante de la Casa Blanca, intentando convencerle de que realice la susodicha propuesta al Presidente en una reunión que está a punto de celebrarse. Victor Millson le dice a Floyd que prefiere embarcarse él en la Leonov y que Floyd vaya a intentar convencer  al Presidente, dando a entender que esto último es más peligroso que aventurarse en el referido viaje interplanetario. Por cierto, como curiosidad mencionaremos que en dicha secuencia aparece Arthur C. Clarke como figurante  -al estilo del inolvidable Hitchcock-, sentado en un banco próximo al de los dos personajes que protagonizan la misma, dando de comer a las palomas.



  En una elipsis digna de la presente saga se obvia todo el ajetreo de negociaciones y debates, dando a entender con la puesta en escena de una Leonov atestada de cosmonautas (7) y astronautas -bueno, pasajeros- (3), que todo se ha resuelto y que, por fin, la ansiada misión internacional es una realidad. El comando americano, formado por el propio Floyd (experto multidisciplinar y encargado de la diplomacia), Curnow (ingeniero diseñador de la serie Discovery) y Chandra (padre y mentor de los supercomputadores de la planta H.A.L) solo tiene rango de asesoría científica, mientras que la misión es dirigida, con mano de hierro, por la pequeña pero enérgica Capitana Tania Orlova.
  Cuando la nave soviética se aproxima al reino del gigante Júpiter, tras un apacible viaje exento de inquietudes, surge la primera sorpresa del trayecto: los chinos se les han adelantado. De modo que se trata de una reedición de la carrera espacial, pensarán algunos. Probablemente. Es el típico giro argumental inesperado utilizado por Clarke para sorprender al lector. Una vez rusos y americanos pusieron término, al menos oficialmente, a esa desenfrenada competición por el espacio, cada uno con sus victorias y derrotas a cuestas, un tercero en discordia entra en escena. Pero ¿cuáles son sus motivaciones? ¿Desean abordar la Discovery en lo que sería reconocido como un acto de piratería por el derecho internacional? ¿Pretenden entrar en contacto con el Gran Hermano para hurgar en sus secretos? ¿O solo quieren ser los primeros en llegar al sistema joviano para vencer a los occidentales en esta nueva edición de la competición más ambiciosa de todos los tiempos?
  Los tripulantes de la Leonov, en la distancia, observan inquietos las evoluciones de la Tsien, ya que su sistema de frenado para la cita orbital es el mismo que más tarde utilizarán ellos mismos: frenado atmosférico por cortesía del gigante gaseoso. Un pequeño error te puede enviar a las profundidades de una densa atmósfera capaz de aplastar mundos enteros o despedirte al espacio sin posibilidad de retorno más allá de cualquier esperanza de rescate. Con sentimientos encontrados, por un lado maldicen la habilidad de unos ingenieros que les han ganado por la mano y, por otro, les desean el éxito que demostraría la viabilidad de su propia misión.

                            

  Pero ¿por qué es tan importante e indispensable esa peligrosa maniobra? Cosas de la mecánica orbital: si se quiere alcanzar un planeta en un tiempo razonable y con un gasto de combustible también razonable, es necesario dotar a la nave que va a realizar la misión de una aceleración bastante elevada, de manera que la velocidad vaya aumentando a lo largo del viaje. Ni que decir tiene que en, el espacio, las velocidades constantes solo son posibles en órbitas estables donde se han fijado equilibrios entre los distintos influjos gravitacionales implicados, pero esto no sirve para viajar de un cuerpo a otro. Además, en el ejemplo que nos ocupa, la creciente atracción gravitacional de Júpiter también colaborará a aumentar la velocidad de desplazamiento. Así, tenemos una nave que se acerca a su objetivo a gran velocidad, pero que ahora debe frenar si no quiere pasar de largo. Para frenar también se requieren grandes cantidades de combustible, puesto que hay que encender los motores con un impulso inverso para contrarrestar el empuje del que se ha dotado al vehículo. 
   Normalmente es imposible almacenar tanto combustible en un diseño viable. Pero la densa atmósfera de Júpiter, a diferencia de otros cuerpos celestes que carecen de ella, brinda una efectiva posibilidad de frenado. Al igual que muchos satélites en órbita terrestre acaban precipitándose a la atmósfera -siendo destruidos- al final de su vida útil, debido al progresivo rozamiento con las capas altas de la atmósfera que va lentamente frenando su impulso, la atmósfera de Júpiter puede proveer de ese rozamiento que frene a la nave y le haga perder el impulso que, de otro modo, la llevaría más allá de su objetivo. La diferencia es que este frenado no es ni suave ni progresivo, sino brutal e inmediato, ya que las magnitudes implicadas (velocidad de la nave y densidad atmosférica) son mucho mayores.
  Para no hacer demasiado prolijo este pasaje, diremos que, finalmente, la nave Tsien consigue su objetivo y sale con bien de la arriesgada maniobra, con el consecuente júbilo de los que observan expectantes. Pero al punto se descubre que el destino de la nave china no es  Lagrange 1, ni una cita con la Discovery ni con el Gran Monolito. Ni siquiera parecen querer acercarse al candente Io. No, sorprendentemente, la trayectoria de los "taikonautas", como en la actualidad se denomina a los viajeros espaciales de la potencia asiática, les lleva más allá. Con unos apresurados cálculos, los ingenieros de vuelo de la Leonov analizan la órbita de la Tsien y deducen que aquellos se dirigen a... ¡Europa! 


Vista de Europa, con su carcterístico sistema de nervaduras o grietas en la capa de hielo

 Floyd, como pragmático científico acostumbrado a llegar a conclusiones acertadas a través de mínimos indicios, pronto comprende la situación. ¡Claro! -exclama satisfecho-.  Esa pequeña nave realmente no podía almacenar combustible para el regreso, pero ahora intentarán  reaprovisionarse de agua en el inmenso mar que se esconde bajo los hielos perpetuos del segundo satélite joviano. El tiempo dará la razón a Floyd y él y sus compañeros quedarán impresionados por la jugada maestra de los chinos. Evidentemente, estos querrán reclamar un a partir de ahora codiciado puesto de reaprovisionamiento para naves espaciales. Ese era el verdadero objetivo principal de la misión Tsien. Pero una noticia, por un lado fascinante, pero por otro trágica, vendrá a cambiar de forma drástica el rumbo de los acontecimientos: una transmisión de emergencia es captada por las antenas de la Leonov: "...doctor Floyd, soy el profesor Chang, único superviviente de la misión. La Tsien ha sido destruida...por favor, transmita esta información a la Tierra: HAY VIDA EN EUROPA. Repito: HAY VIDA EN EUROPA."


continuará

2 comentarios:

  1. Me ha gustado eso de "taikonautas", tiene estilo... También me ha gustado mucho saber que ese señor que da de comer a las palomas es don Arthur, y por supuesto, me han entrado muchas ganas de volver a ver la peli :-)

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  2. Pues sí, cada "potencia" espacial parece querer diferenciarse hasta en esos detalles, como la forma de llamar a su personal. Así, los rusos nombraron "cosmonautas" a sus viajeros espaciales para diferenciarlos de los "astronautas" oocidentales (aunque aquellos viajaron antes, la palabra astronauta ya existía en la cultura popular). Además parece que la palabra "cosmos" les gusta más que "espacio" a los rusos. Así, nombraron "Kocmoc" a su principal serie de satélites y disponen de un "cosmódromo" en Baikonur. Los chinos, en su idioma, llaman "yǔhángyuán" a su personal espacial pero alguien propuso el híbrido "tàikōng", (espacio en chino)+nautes, navegante, término que se hizo muy popular rápidamente. Todo esto está muy completito en la entrada "astronauta" de la Wikipedia.
    Por otra parte, la peli 2010, de la que soy defensor, ha sido menospreciada porque no soporta la comparación con su hermana mayor, pero como película individual es bastante aceptable. Sin embargo, reconozco que hay detalles que no me gustan, como por ejemplo el haber eliminado todo el capítulo de la "Tsien", que comento en el artículo, y que en la película es sustituido por un mero reconocimiento a distancia de Europa mediante una sonda automática.
    Pero era el año 84 y hubiera sido muy laborioso producir esas secuencias sin el apoyo de las técnicas actuales que permiten filmar casi cualquier cosa.
    Gracias por el comentario y hasta pronto.

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