Lisboa, 6 de Abril de 1482
Querido y admirado amigo:
Creo llegado el
momento de haceros partícipe del proyecto que he ideado y que llevo madurando
desde hace varios años. Seguramente os parecerá una locura, pero os aseguro
que, después de todo este tiempo meditando sobre la posiblidad de realizarlo y habiendo
reunido toda la información que he podido para apoyar la viabilidad de dicha
empresa, estoy casi convencido de poder llevarlo a cabo.
No obstante, creo
imprescindible contar con vuestro apoyo y consejo dado que sois mucho mejor
conocedor que yo de las disciplinas científicas que se ven implicadas en su
realización.
Antes de revelaros
mis intenciones y para que no os escandalicéis por mi osadía o ignorancia, os
pondré en antecedendentes de las averiguaciones que he realizado y que, como
antes he indicado, me han reafirmado en la posibilidad de realizar dicha
empresa. Por supuesto, espero de vos que, si descubriérais algún error de bulto
o inexactitud en mis apreciaciones, me lo comunicaráis lo antes posible para
sacarme de mi confusión.
En primer lugar, no creo decir nada nuevo si
afirmo que, a pesar de las creencias y leyendas populares, basadas sobre todo
en antiguas mitologías sin ninguna base empírica, hoy en día no se puede dudar
de la esfericidad de nuestro mundo. Ya lo dijeron muchos sabios de la
antigüedad como Parménides, Hesíodo o Pitágoras. Pero fue Aristóteles quien
justificó ampliamente esta teoría fundamentándola en hechos tangibles como la
redondez de la sombra terrestre que se aprecia en los eclipses lunares y el
hecho reportado por muchos viajeros de la época que observaron, cuando se
desplazaban hacia el sur, la aparición en el cielo de estrellas que no eran
visibles desde latitudes más altas.
Pero, además, a cualquier piloto marino medianamente
observador se le habrá presentado la circunstancia de ver aparecer en el
horizonte la arboladura de una nave antes de que resulte visible su casco. La
única explicación posible para ello es la de que en la lisura del océano se
hace evidente un horizonte curvo que las naves deben ir remontando. En referencia a esto, muchos avezados observadores se
han planteado el reto de calcular la "distancia al horizonte” y cómo esta
varía según la altura a que se encuentre el observador. Desde antiguo, y de
manera intuitiva, los hombres han conocido esta circunstancia y por ello se sitúa
al vigía en la parte más alta de la arboladura, de manera que su visión tenga
un mayor alcance, llegando a duplicar o triplicar este según la altura a que se encuentre su puesto. Esta es también
la razón por la que, cuando subimos a una montaña, otros accidentes geográficos
circundantes nos parezcan más altos que cuando los vemos desde la llanura, ya
que la curvatura de la Tierra
nos hace, en este caso, verlos inclinados y, por ende, más bajos. Como veis, el
mundo nos muestra muchos indicios sobre su propia forma. Todo ello me hace
reafirmarme en la idea, ya generalmente aceptada por el mundo intelectual, de la
redondez de nuestra Tierra.
Y entonces, ¿qué
efecto práctico tiene esto? Pues que se puede llegar a un punto del globo navegando
desde direcciones opuestas. Como sabéis, me establecí en Portugal hace ya
algunos años, y estoy por ello al corriente de las empresas y proyectos navales
de este pueblo marinero. Ante las dificultades impuestas por los mongoles y
otros pueblos guerreros del Asia profunda, la ruta comercial creada por Marco
Polo se ha vuelto cara, peligrosa y dura. Por ello, el rey Juan ha pedido a sus
mejores navegantes que abran una ruta desde el Atlántico hasta el Índico
bordeando África. Pero si África es un continente tan enorme como se cree, esta
ruta será larguísima, aparte de que una vez se llegue al Índico será necesaria
una larga singladura con rumbo noreste para alcanzar las costas más orientales
del continente asiático.
Así, ya no os será
difícil adivinar cual es mi idea. Efectivamente, si saliendo de la península
Ibérica, y haciendo escala en Canarias, navegáramos rumbo oeste, podríamos
llegar a las tierras de la dorada Cipango, y desde allí al resto de tierras de
las Indias Orientales. Esta idea ya la plasmó el gran Toscanelli en un mapa que
he tenido la suerte de consultar, aunque no debo revelar la identidad de los
que me lo facilitaron. No obstante, he llegado a poder memorizar el mapa y
trataré de realizar una copia para que podáis asimismo consultarlo.
Pero queda un
importante asunto pendiente. El de la distancia. Según el mapa de Toscanelli,
la separación entre las Canarias y las primeras costas de Asia sería de unas 2400 millas, que
podrían cubrirse en dos semanas de navegación e incluso en menos tiempo, si
hallamos vientos favorables.
Pero Toscanelli se
basó en los cáculos del antiguo maestro Posidonio, que descartó la estimación
inicial de Eratóstenes, aquel antiguo sabio de la Biblioteca de
Alejandría, que asignó una mayor circunferencia al globo terrestre. Desconozco
con exactitud la naturaleza de los experimentos del antiguo matemático y el por
qué de la discrepancia con posteriores estimaciones, pero quizá vos podréis
orientarme con acierto en este asunto, dada vuestra erudición histórica. No es
necesario añadir, por supuesto, que el poder hallar con exactitud este
parámetro es vital para el éxito de la
empresa.
Pero además, otros
dos cuestiones me preocupan sobremanera en relación a la duración del viaje y a las tierras que se
podrían encontrar:
continuará
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