martes, 20 de agosto de 2013

La biblioteca oculta de Zöor (XI): Un mundo por descubrir (I)




Lisboa, 6 de Abril de 1482

Querido y admirado amigo:

  Creo llegado el momento de haceros partícipe del proyecto que he ideado y que llevo madurando desde hace varios años. Seguramente os parecerá una locura, pero os aseguro que, después de todo este tiempo meditando sobre la posiblidad de realizarlo y habiendo reunido toda la información que he podido para apoyar la viabilidad de dicha empresa, estoy casi convencido de poder llevarlo a cabo.
  No obstante, creo imprescindible contar con vuestro apoyo y consejo dado que sois mucho mejor conocedor que yo de las disciplinas científicas que se ven implicadas en su realización.
  Antes de revelaros mis intenciones y para que no os escandalicéis por mi osadía o ignorancia, os pondré en antecedendentes de las averiguaciones que he realizado y que, como antes he indicado, me han reafirmado en la posibilidad de realizar dicha empresa. Por supuesto, espero de vos que, si descubriérais algún error de bulto o inexactitud en mis apreciaciones, me lo comunicaráis lo antes posible para sacarme de mi confusión.
  En primer lugar, no creo decir nada nuevo si afirmo que, a pesar de las creencias y leyendas populares, basadas sobre todo en antiguas mitologías sin ninguna base empírica, hoy en día no se puede dudar de la esfericidad de nuestro mundo. Ya lo dijeron muchos sabios de la antigüedad como Parménides, Hesíodo o Pitágoras. Pero fue Aristóteles quien justificó ampliamente esta teoría fundamentándola en hechos tangibles como la redondez de la sombra terrestre que se aprecia en los eclipses lunares y el hecho reportado por muchos viajeros de la época que observaron, cuando se desplazaban hacia el sur, la aparición en el cielo de estrellas que no eran visibles desde latitudes más altas.
   Pero, además,  a cualquier piloto marino medianamente observador se le habrá presentado la circunstancia de ver aparecer en el horizonte la arboladura de una nave antes de que resulte visible su casco. La única explicación posible para ello es la de que en la lisura del océano se hace evidente un horizonte curvo que las naves deben ir remontando. En referencia a esto, muchos avezados observadores se han planteado el reto de calcular la "distancia al horizonte” y cómo esta varía según la altura a que se encuentre el observador. Desde antiguo, y de manera intuitiva, los hombres han conocido esta circunstancia y por ello se sitúa al vigía en la parte más alta de la arboladura, de manera que su visión tenga un mayor alcance, llegando a duplicar o triplicar este según la altura  a que se encuentre su puesto. Esta es también la razón por la que, cuando subimos a una montaña, otros accidentes geográficos circundantes nos parezcan más altos que cuando los vemos desde la llanura, ya que la curvatura de la Tierra nos hace, en este caso, verlos inclinados y, por ende, más bajos. Como veis, el mundo nos muestra muchos indicios sobre su propia forma. Todo ello me hace reafirmarme en la idea, ya generalmente aceptada por el mundo intelectual, de la redondez de nuestra Tierra.


  Y entonces, ¿qué efecto práctico tiene esto? Pues que se puede llegar a un punto del globo navegando desde direcciones opuestas. Como sabéis, me establecí en Portugal hace ya algunos años, y estoy por ello al corriente de las empresas y proyectos navales de este pueblo marinero. Ante las dificultades impuestas por los mongoles y otros pueblos guerreros del Asia profunda, la ruta comercial creada por Marco Polo se ha vuelto cara, peligrosa y dura. Por ello, el rey Juan ha pedido a sus mejores navegantes que abran una ruta desde el Atlántico hasta el Índico bordeando África. Pero si África es un continente tan enorme como se cree, esta ruta será larguísima, aparte de que una vez se llegue al Índico será necesaria una larga singladura con rumbo noreste para alcanzar las costas más orientales del continente asiático.
  Así, ya no os será difícil adivinar cual es mi idea. Efectivamente, si saliendo de la península Ibérica, y haciendo escala en Canarias, navegáramos rumbo oeste, podríamos llegar a las tierras de la dorada Cipango, y desde allí al resto de tierras de las Indias Orientales. Esta idea ya la plasmó el gran Toscanelli en un mapa que he tenido la suerte de consultar, aunque no debo revelar la identidad de los que me lo facilitaron. No obstante, he llegado a poder memorizar el mapa y trataré de realizar una copia para que podáis asimismo consultarlo.
  Pero queda un importante asunto pendiente. El de la distancia. Según el mapa de Toscanelli, la separación entre las Canarias y las primeras costas de Asia sería de unas 2400 millas, que podrían cubrirse en dos semanas de navegación e incluso en menos tiempo, si hallamos vientos favorables.
  Pero Toscanelli se basó en los cáculos del antiguo maestro Posidonio, que descartó la estimación inicial de Eratóstenes, aquel antiguo sabio de la Biblioteca de Alejandría, que asignó una mayor circunferencia al globo terrestre. Desconozco con exactitud la naturaleza de los experimentos del antiguo matemático y el por qué de la discrepancia con posteriores estimaciones, pero quizá vos podréis orientarme con acierto en este asunto, dada vuestra erudición histórica. No es necesario añadir, por supuesto, que el poder hallar con exactitud este parámetro es vital para el  éxito de la empresa.
  Pero además, otros dos cuestiones me preocupan sobremanera en relación a  la duración del viaje y a las tierras que se podrían encontrar:


continuará

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