domingo, 19 de mayo de 2013

La Biblioteca oculta de Zöor (VIII)


  
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  Ulrichsen, discípulo y colaborador del viejo Yaroslavski, y actualmente profesor en Berlín, se encontraba en el amplio y luminoso despacho del Kriminaldirektor, en el cuartel general de la Gestapo, en Prinz Albrecht Strasse. Era un triste día del otoño de 1935.
  Mientras su jefe fingía estar ocupado leyendo informes tras su imponente escritorio, un oficial preguntaba a Ulrichsen sobre su relación con el viejo profesor.
  -¿Conocía sus actividades secretas? ¿Donde ocultó los libros de Weitzmann? Si se niega a colaborar podría acusársele de ocultar información relevante al Reich.
  Aquella mañana, muy temprano, dos agentes de la policía secreta habían irrumpido en su casa tras aporrear la puerta con insistencia. Cuando Ulrichsen, temeroso, abrió la puerta, aquellos hombres, sin mediar palabra, procedieron a realizar un rápido registro de sus habitaciones y con un lacónico "Acompáñenos", le forzaron a salir y lo introdujeron en un automóvil que les esperaba junto a la acera. Ulrichsen sabía que la Gestapo tenía carta blanca para realizar  detenciones ilegales, sabía que en aquellos ominosos tiempos no había garantías jurídicas para nadie y que los caprichos de la errática y tiránica política que sojuzgaba a su querida Alemania podían conducir al país a un gran desastre que los deslumbrados ciudadanos que no veían más allá de sus narices eran incapaces de imaginar. Sí, eran malos tiempos y él, no sabía muy bien por qué, parecía haber caído en desgracia. Aún sabiendo que era inútil, preguntó a sus captores:
  - ¿Estoy acusado de algún delito? ¿A dónde me llevan?
Los dos hombres, ignorando las preguntas, siguieron mirando al frente impertérritos. Ulrichsen sabía que no le iban a decir nada. De hecho, imaginaba las respuestas a sus retóricas preguntas: Él nunca había simpatizado con el régimen y, en los primeros tiempos de la imparable ascensión del Partido, se había manifestado públicamente en contra de aquella sospechosa ideología ultranacionalista. No era judío, no era marxista, no era pobre y no era de origen extranjero. Pero creía en la justicia social y la igualdad de derechos. Y eso, ahora, estaba mal visto. Pero probablemente había algo más. Algo que habría hecho que la omnipresente maquinaria policial del Estado se hubiera fijado en este discreto profesor universitario. La respuesta a su segunda pregunta se mostró a sus ojos cuando el coche se detuvo, interrumpiendo sus reflexiones, ante el magnífico palacio que otrora albergara un lujoso teatro y que ahora se había convertido, según el dicho popular, en "la casa de los horrores".
  -No se nada de todo esto. Mi única colaboración con él fue profesional- contestó a su interrogador con la ronca voz que emitía su reseca garganta.
  -Sabemos que un barco salió de Hamburgo con destino a Brasil. De esto hace casi treinta años.  Portaba un cargamento secreto. Alguien filtró información a pesar de que se compró el silencio de todos los que participaron en aquella operación. Pero solo sabemos que el cargamento se componía de libros. Necesitamos saber donde están esos libros.
  El interrogador había ido elevando el tono de voz, hasta terminar hablando de manera vehemente y agresiva. Ulrichsen empezó a sentirse intimidado.
  -Desgraciadamente no hemos encontrado a nadie aún que pueda contárnoslo. Pero quizá lo haga usted –concluyó el oficial.
  Ulrichsen mantuvo un obstinado silencio. El director tomó entonces el auricular del teléfono y susurró una palabras. Acto seguido, los dos policías que lo habían detenido entraron en el despacho y se dirigieron al reo con decisión. Seguramente, pensó Ulrichsen, le llevarían a algún oscuro sótano para torturarle. Desesperado, hizo un último intento para que lo dejaran en paz:
  - Escuche: aunque consiguieran los libros no sabrían que hacer con ellos. Son una fuente de conocimiento pero hay que entender las claves para poder encontrar alguna aplicación a lo que dicen. Si ustedes, pandilla de ignorantes bastardos encontraran la biblioteca, sería lo mismo que dar un moderno cañón a unos ancestrales australopitecos.
  -Ja, ja. Pero quizá estos australopitecos podríamos disparar el cañón por casualidad.
  El oficial se encaró con él:
 -No lo comprende. Estamos dispuestos a lo que sea. Un nuevo orden se prepara para establecerse sobre el mundo. Y nuestro Reich es el elegido para imponerlo. Por ello, necesitamos cualquier conocimiento o tecnología que nos dé la supremacía en el mundo.
 Tras una pausa, añadió, dirigiéndose a los policías:
  -Llevénselo.

Mientras con paso tembloroso recorría aquel pasillo, escoltado por los dos sicarios, el miedo se apoderó de Ulrichsen: iban a torturarle hasta arrancarle la respuesta. Había hecho una promesa al viejo Yarovslavski, en su lecho de muerte. Pero no sabía cuanto podría resistir. A pesar del miedo, una sonrisa se formó en su rostro. Si finalmente conseguían encontrar el lugar, les esperaba una desagradable sorpresa...


Photo credit: Origen: Archivo Federal de Alemania.Fuente: Wikipedia

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2 comentarios:

  1. No dice "Continuará", pero me figuro que continuará, ¿no?
    Un cuento de terror de los de verdad, pero con ese intríngulis de los libros misteriosos... me encanta.

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    1. Por supuesto que continuará. Esta es una narración puzzle en la que el propio lector debe ir encontrando el hilo de la historia. Pero, desgraciadamente, al pobre Ulrichsen no creo que volvamos a verlo...Gracias por el seguimiento...

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