Salí atropelladamente de la cabina y casi choqué con la
recepcionista que, seguramente, venía a avisarme de que la entrevista había
terminado.
Mascullé un apresurado "Good bye" y salí a la
calle. Estaba deseoso de llegar a casa y empezar a realizar los cálculos que,
tras la sugerencia de MultiVac-Asimov, se me estaban ocurriendo.
Una vez en el
tren, encendí el ordenador de bolsillo -mucha gente seguía llamándolos móviles,
por aquello de los teléfonos móviles, pero ya no tenía sentido usar este nombre
ya que para lo que menos se utilizaban actualmente era para hablar por
teléfono-.
Me conecté a la
enciclopedia astronómica on line y empecé a descargar las ubicaciones de los
dichosos cráteres del acertijo. Después de una hora de cáculos y operaciones
con las coordenadas, estaba igual que al principio. Los resultados eran
dispares e indicaban multitud de localizaciones que nada tenían que ver con la
que sabemos que era la respuesta correcta. Me sentí como los protagonistas de
la segunda parte del relato, dando palos de ciego por los desolados páramos
lunares, intentando encontrar una solución.
“Esto no tiene
sentido –pensé-, debe haber algo que se me escapa.”
Repasé mentalmente
la famosa nota de Jennings. No tenía que mirarla, ya que a estas alturas la
había memorizado, y entonces caí en la cuenta de la estructura de la misma:
Al final, el signo
igual no era más que eso, un signo igual, después de todo. Y apuntaba al
circulo con los cuadrantes, que se daba por sentado era el símbolo de la Tierra.
Recordé algo que había leído hace tiempo sobre el ecuador
y el meridiano central de la Luna
que, a efectos topográficos, realizaban la misma función que sus equivalentes
de la Tierra.
“¡Claro! –pense-,
el símbolo tiene, pues, tres significados. La Tierra, el viejo Urth y la localización sobre la Luna. Por tanto, deduje,
al tiempo que casi literalmente veía encenderse una lucecita en mi cabeza: las
coordenadas de Alphonsus y Tycho, sumadas, dan la localización del lugar; y el
resto...¿qué hacemos con el resto?
Entre una cosa y
otra, llegué a mi destino. Salí al andén tropezando con todo el mundo y seguí
tropezando por los pasillos, pues no podía apartar la mirada de la pantallita
del cacharro.
Cuando salí a la superficie ya atardecía, y una hermosa Luna se elevaba sobre el horizonte. Esto me hizo divargar acerca de los
movimientos de los astros, declinaciones…un momento, ¿qué he dicho?
Declinación. Exacto. El ángulo de elevación de un astro sobre el horizonte. Con
el movimiento de rotación de la
Tierra, la Luna
va describiendo un arco en la boveda celeste y su declinación -altura sobre el
horizonte- va variando. En la luna, sin embargo, no ocurre esto, pues no tiene un movimiento de
rotación perceptible para un observador en su superficie -ya que aquel es
igual, más o menos, al de traslación alrededor de la Tierra-. La misma
razón por la que siempre nos muestra la misma cara. Por tanto, desde la Luna, la Tierra se ve fija en el
cielo -exceptuando las pequeñas variaciones debidas a la libración-. Y se ve a
una altura determinada según la latitud desde la que se observa . Es decir, a
cada latitud en la Luna (en referencia a un mismo meridiano),
corresponde una declinación de la
Tierra. Si se conoce este dato, se puede deducir la situación
del observador sobre la
Luna. Por ello, en el mensaje aparece, alineado con los
cuatro últimos datos, el dibujo de la flecha apuntando desde abajo -el suelo-
hacía el símbolo de la
Tierra. De nuevo, la duplicidad para llegar a la misma
solución...
Más tarde, una vez
realizados los cálculos con detenimiento, llegué a la conclusión de que el lugar
donde Jennings enterró el aparato alienígena era el correspondiente a las
siguientes coordenadas:
Alphonsus
|
13º 25' S; 2º
56' W
|
Tycho
|
43º 20' S; 11º 18' W
|
Suma
|
56º 45' S; 14º 24'
W
|
Busqué su ubicación
en el mapa lunar y mi entusiasmo dio paso a una cierta decepción, ya que ese
lugar se encontraba en medio de la planicie norte de Clavius, muy alejado de la pared del borde del cráter,
donde se suponía que Jennings había buscado la sombra para resguardarse de la
dañina radiación solar. “No puede ser correcto, entonces -pensé sombríamente-”.
Pero en seguida me di cuenta de que el interior del enorme Clavius está, a su
vez, salpicado de cráteres más pequeños, provocados por impactos posteriores a
la formación de aquel. ¿Y si...? Eso es: volví a estudiar la localización con
detenimiento, aumentando el zoom de la imagen y voilá: un pequeño grupo de cráteres, de los que desconozco los
nombres, pero fáciles de localizar pues se hallan a mitad de camino entre la
pared norte y Clavius C, se mostraron a mi vista. Y al situar el cursor justo en el interior del mayor de ese pequeño
grupo de cráteres, pude leer con satisfacción "56º 45' S; 14º 24' W".
¿Y la declinación de la Tierra en el cielo de ese lugar? Supongo que
habría que subir allí para comprobarlo, pero apuesto a que el resultado no
sería muy diferente del que se muestra más abajo. Por cierto SU no correspondía
a Soviet Union, sino al Surveyor I, aparatejo americano que, por la fecha del
relato, ya se había posado en la
Luna. (Nota: como convención, se asignan
valores positivos a las coordenadas norte y negativos a las sur, lo que influye
en el resultado de las sumas)
Newton
|
76º 25' S
|
Surveyor I
|
2º 27' S
|
Bond
|
65º 18' N
|
Hershel
|
5º 39' S
|
Suma
|
19º 13'
|
¡Ah! Si pudiera hablar con Davenport y Ashley, les diría
donde tienen que buscar... O quizá no. ¿Por qué no dejar el dichoso aparato
allí enterrado y dedicarnos a mejorar el mundo con nuestros propios medios y
nuestro propio esfuerzo...?
FIN
N. del A.:
Los cálculos y explicaciones teóricas que aparecen en este relato son
aproximados y sin intención de rigor científico, sirviendo meramente para
apoyar la trama ficticia que se presenta.
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