sábado, 20 de abril de 2013

Intro XXIII



  

 -¿Cómo que falta un elemento? Parece que estuvieras hablando de los cuatro elementos clásicos: el agua, el ai… ¡Ah! ¡Claro, eso es! Te refieres a que tenemos que reunir los cuatro ingredientes primigenios de la Naturaleza que describieron los antiguos griegos. Pero, ¿qué tiene eso que ver con nosotros?
  -Bueno, parece que empiezas a pensar con un poco de sensatez, aunque tu cerebro humano sigue funcionando con extrema ingenuidad.
  La idea de los cuatro elementos o principios clásicos no fue más que un intento de los antiguos filósofos presocráticos – y de los de otras culturas primitivas- para describir o explicar la complejidad de los elementos químicos de la Naturaleza, antes de que se tuviera noción de los mismos. Pero, además, tenía el acierto de que también hacía referencia a los cuatro estados de la materia –gas, sólido, líquido, plasma- y a los elementos necesarios para algunos procesos naturales. Si pudieras dejar de lado, por un momento, tu enfermiza tendencia a pensar a base de ideas preconcebidas, te darías cuenta, por ejemplo, de que estos elementos son los necesarios para la vida de las plantas, que es, al fín y al cabo, el principio de la vida en general, ya que estas son el primer eslabón de la cadena trófica.
  -Sí, lo comprendo: las plantas necesitan la tierra, de donde absorben los minerales; el agua; el aire, de donde extraen el dióxido de carbono; y el…¿fuego? ¡Ah, sí! Los fuegos estelares, la energía solar, sin la cual sería imposible realizar el proceso de la fotosíntesis por el que producen moléculas orgánicas por medio de moléculas inorgánicas. Su propio alimento. Pero sigo sin ver la relación.
  - Desde que llegamos a este planeta hemos recibido tres cosas. Ya solo falta una. Pero no se encuentra aquí. Para conseguirla, tendremos que movernos.
  Habíamos bajado la colina y nos encontrábamos de nuevo en la vieja carretera. Estuve dándole vueltas a todo lo que habíamos dicho y hecho en aquel planeta cuando, de pronto, recordé algo:
  -¡Eh! No me has dicho como se llama este planeta.
  - Estamos en Tealma 1 –dijo X, como si estuviera esperando la pregunta-. Es el único integrante de su sistema planetario. Se trata de un mundo modificado que se encuentra en los límites de la Federación Galáctica. Como ves, aún está en proceso de lo que vosotros llamáis terraformación, su conversión en un entorno adecuado para la vida. Y representa un buen ejemplo de ello.
  - Y ahora, ¿ a dónde vamos?
  - Iremos a Gaubur 17, puesto avanzado de los slatos. No son guapos ni simpáticos, pero son buenos en física aplicada. Son los inventores de las lucesferas, pero como mantienen el monopolio de todas sus creaciones, hay que ir allí para obtenerlas.
  - Y ahora –repuse petulante- procederás a explicar qué demonios son las lucesferas.
  - Por supuesto –dijo X, pasando por alto la ironía-. Una lucesfera es un dispositivo, portátil y reutilizable, de captación, almacenamiento y provisión de energía solar que posee una capacidad equivalente a la de un panel fotovoltaico convencional de cuatro metros cuadrados. Pero la lucesfera es una bolita de aspecto metálico de apenas un centímetro de diámetro, que se puede llevar en el bolsillo…
  Al oír esto recordé los objetos que portaba en mis bolsillos. Una luz se hizo en mi cabeza.
- Entonces…¿el diamante y la moneda son también…?
- ¡Premio para el caballero! De verdad que es sorprendente la lentitud con que funciona tu cerebro…
- Pero entonces, ¿ qué son realmente los objetos que llevo en los bolsillos?
- Espera, vayamos por partes. Estábamos hablando de la energía solar y las lucesferas y no me has preguntado con tu habitual deje de arrogante ignorancia que para qué queremos un acumulador de energía solar…
- ¡Ah, pero eso lo sé! En algunos planetas, la atmósfera está tan llena de polvo y partículas en suspensión, que no deja pasar sino una pequeña parte de la radiación solar. Por ello, un organismo que dependiera exclusivamente de la  luz que llegara hasta la superficie planetaria estaría condenado al fracaso, pues aquella es solo una fracción de la que llegaría en las condiciones de una atmósfera diáfana. Por eso, son necesarias esas bolitas que vamos a buscar.
  Por primera vez vi en la cara de X la expresión de pasmo que probablemente se había dibujado en la mía en multitud de ocasiones anteriores. Aprovechando mi momento de triunfo, chasqueé los dedos ante su cara y le espeté:
  -Vamos, despierta, que me tienes que contar lo de la moneda y la piedrecita brillante.
  -¡Ah, eso! -dijo animándose de nuevo- ¿te acuerdas de los cangrejos acorazados de Antebena 16?

continuará

Foto: Juann

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2 comentarios:

  1. Al marcianito en esta ocasión le han dado un poco de su propia medicina, eh? Eso está bien, que se le bajen los humos un poquito, hombre.

    Pero la que se queda más pasmada soy yo, ante el despliegue de conocimientos e imaginación de que haces gala en cada entrega :-0

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    1. Bueno, lo de los conocimientos no tiene mucho mérito, ya que lo que uno recuerda son retazos más o menos inconexos de conocimiento que, luego, puedes consultar en el internet ese y completar hasta dar una apariencia más o menos digna. En cuanto a lo otro, ya sabes que, a lo largo y ancho de la literatura, cuando dos personajes conviven y comparten experiencias, cada uno va siendo influido por el otro, así que...
      Gracias...saluditos

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