jueves, 28 de marzo de 2013

Un regalo para Leonardo (y VII)

La Biblioteca Oculta de Zöor IV (7)
Un regalo para Leonardo, 7ª parte


  Leonardo se sentía vagamente cómodo, vagamente inquieto. El agotamiento del viaje y la multitud de emociones sentidas a lo largo del mismo, le habían llegado a embotar de tal manera que su cuerpo y su mente estaban cayendo en una especie de letargo en el que ya todo parecía indiferente. Necesitaba descansar pronto, y más tarde, asimilar todo lo experimentado por sus sentidos. No sería sino entonces cuando comprendiera la verdadera magnitud de lo que había protagonizado. Mecido por los vientos en su pequeño navío, que ahora veía como una humilde barquichuela zarandeada por las fuerzas de un cósmico océano, tendía a relajarse, ya que el peligro de una descontrolada caída había sido conjurado. Hubiera querido ver por los tragaluces a dónde se dirigía, mas ello era imposible pues, en su actual posición, aquellos miraban al cielo. Era inquietante, por supuesto, el caer como lo hacía, de espaldas, sin saber lo que había debajo.

  Sin pretenderlo, empezó a juguetear con descabelladas conjeturas: quizá quedaría atrapado en la cima de una montaña. O perdido en  una remota selva. Pero aún: podía chocar contar un campanario o caer sobre aterrorizados aldeanos.  Había una gran probabilidad de caer sobre el agua, ya que esta ocupaba grandes extensiones sobre la faz de la Tierra. Incluso quizá los señores del cosmos habían previsto esta posibilidad para que el descenso fuera más suave. O para que las aguas se tragaran toda prueba de esta demencial aventura que lógicamente querrían mantener en secreto...Es más, si caía en el mar, en qué mar, a que distancia de su casa, de su querida Italia...De nuevo, turbios pensamientos se apoderaban de su ánimo. Se lamentó de no haber observado sobre qué parte del mundo se encontraba cuando inició su regreso. Pero el viaje tocaba a su fín. Pronto conocería su destino.

  Unos chirridos y empujones volvieron a sacarlo de sus cavilaciones... Parecía que su nave volvía a cobrar vida y moverse por sus propios medios. Luego no estaba simplemente cayendo, abandonada a la deriva. Aún disponía de fuerza propia en sus motores. Por un momento, la sensación de caída desapareció y Leonardo se sintió mantenido en vilo, suspendido inmóvil en el aire. Vio por los tragaluces como, fláccidos, los paracaídas se desplomaban a su alrededor y, acto seguido, un leve chapoteo le indicaba que había sido depositado suavemente sobre una líquida superficie. Acunada por las olas, la cápsula quedo flotando sobre las aguas.

  ¿Y ahora, qué? -pensó Leonardo, vagamente esperanzado en que hubiera algo previsto para sacarlo de allí-.

  Como respuesta a sus reflexiones, la escotilla se abrió repentinamente con un brusco sonido al tiempo que una sorda palpitación comenzó a vibrar, haciendo resonar todo el habitáculo. Los cinturones de seguridad se soltaron y se replegaron automáticamente y Leonardo quedó libre. Torpemente, se incorporó y, sujetándose a donde podía, se acercó a la abierta escotilla. Asomándose, miró abajo y vio como las aguas lamían los bordes de su pequeño navío. Le tranquilizó observar que unos flotadores cilíndricos se habían desplegado a lo largo del eje horizontal de la cápsula, garantizando, al menos de momento, su flotabilidad. Miró a lo lejos y pudo observar que una pequeña embarcación enfilaba decididamente hacia su posición. Navegaba con precisión y ligereza a pesar de mantener sus velas plegadas. Se acercó y, maniobrando con pericia, quedó detenida a escasos centímetros de su artefacto. Asomados a la borda, dos de aquellos sirvientes con aspecto de monje, le observaban calladamente. Desplegaron una pequeña escala de cuerda y uno de ellos bajó tendiéndole la mano para ayudarle. No sin dificultad, Leonardo consiguió salir por la escotilla y encaramarse a la escala. El otro sirviente ya le tendía los brazos para ayudarle a subir a bordo.

  Una vez en cubierta y sin mediar palabra, ambos hombres se afanaron en despojarle del traje de vuelo y le ofrecieron otras ropas. Mientras se abrigaba, Leonardo contempló como uno de los sirvientes arrojaba su traje al interior de la cápsula por la aún abierta escotilla, mientras el otro, empuñando una pequeña cajita negra con la que apuntaba en la dirección del abandonado vehículo, provocó que se cerrara la escotilla y que, con unos pequeños estallidos, los flotadores se desinflaran. La cápsula empezó a hundirse lentamente y Leonardo sintió una cierta desazón. De alguna manera había tenido la débil esperanza de poder conservar aquel magnífico aparato para estudiarlo detenidamente, aunque ello le ocupara el resto de su vida. Pero ahora comprendía que aquello era imposible. Los señores del cosmos, con buen criterio, habían previsto la desaparación de toda evidencia relacionada con su viaje.

  No obstante, una multitud de ideas, sugeridas por la experiencia del viaje, se habían formado en su entrenada mente de ingeniero: los paracaídas, el concepto de cuerpos sustentadores, los motores a reacción…quizá, al fin y al cabo, tendría en qué ocuparse durante mucho tiempo. 


  Uno de los encapuchados se le acercó entonces, portando algo en sus manos. Con una leve inclinación, le entregó un pequeño cofre de madera. Y con la voz metálica y vibrante que ya a Leonardo le resultaba familiar, dijo:

  -Mis señores me encargaron que os entregara esto.

Perplejo, Leonardo tomó el cofre, susurrando unas palabras de agradecimiento. Se sentó sobre unos arcones y, cuidadosamente, abrió el cofre. En su interior, un librito encuadernado en piel mostraba un brillante título: “Ascéndere ad caelum”.

“Interesante”, pensó Leonardo. Lo cogió cuidadosamente y, al hacerlo, descubrió que bajo el libro yacían cuatro finos lingotes de oro.

  El barco había reanudado la marcha. A lo lejos, se vislumbraba la larga línea del Lido y Leonardo, allí sentado, junto a la borda, contempló las tranquilas aguas del golfo de Venecia.

2 comentarios:

  1. Qué interesante y romántico.
    Me quedo totalmente convencida de que de ese librito que le regalaron nos hemos beneficiado todos.

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    1. Al final fueron varios regalos y le pagaron bastante bien. He querido dejar contento a Leonardo después de todo lo que le he hecho pasar. Me alegro de haber terminado ya el cuento, que empecé allá por Septiembre, aunque debo reconocer que cuando me ponía a escribir me salía la historia con bastante fluidez. En fín, espero que haya quedado como algo "legible"...
      Gracias por comen...

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