Durante un tiempo indeterminado –quizá una hora, quizá
varias- trabajamos en silencio. Era muy tranquilizador y relajante aquel
trabajo mecánico pero delicado. Yo, que nunca me había dedicado a la jardinería
ni a la agricultura, comprendí entonces esa calmosidad de que hacían gala en su
labor las personas que se ocupaban en este tipo de actividades.
El silencio y el
pausado trabajo me hicieron entrar en un estado meditativo que hizo vagar mi
mente, de nuevo, por todas aquellas cuestiones que habían surgido durante el
viaje. Busqué con la vista a X, con intención de comentarle algunas ideas que
acudían a mi cabeza, pero se encontraba muy alejado, a varias hileras de
distancia, trabajando concentradamente a su vez, probablemente sumido en quién
sabe que inextricables reflexiones.
Las plantas
parecían revigorizarse con los cuidados que se les aplicaban y, de hecho, en
más de una ocasión me pareció que “crecían” ante mis ojos, aunque intenté
convencerme de que aquello debía ser una ilusión óptica provocada por la
continuada concentración en el trabajo. Era evidente, en cualquier caso, que
aquellas gruesas ramas improductivas, carentes de hojas, no hacía sino restar
fuerza a las demás, finas y estilizadas, y con grandes hojas que intentaban
erguirse en pos de la vivificante energía solar.
Llevado por estos
pensamientos, comencé a divagar y, de pronto, unas nítidas imágenes se formaron
en mi mente: un planeta desolado, barrido por tormentas de arena que oscurecían
al lejano sol. Pero, en un apartado valle, unos extraños seres, con trajes o
corazas protectoras, cultivaban la tierra. Algunas máquinas les ayudaban en la
tarea. A continuación pude ver como bajo un cielo aún oscurecido, las semillas
habían germinado. Como en una película acelerada, unas plantas parecidas a las
que ahora tenía ante mí, pero mucho más grandes, conseguían teñir de un hermoso
azul el cielo en el que ahora, serenamente, reinaba un resplandeciente sol.
Comprendí claramente que se trataba de la creación de una atmósfera respirable
gracias al oxígeno producido por estas plantas traídas de otro lugar y
adaptadas a este entorno como primer paso para hacer habitable este desértico
planeta. Distintas razas habrían colaborado en el logro del objetivo. Pero
alguna enfermedad o parásito diezmó la plantación. Por último, me ví a mí mismo
ayudando en los trabajos de recuperación de aquella. En ese momento noté una
presencia tras de mí y me incorporé. Allí estaba la sonriente mujer que horas
antes nos había recibido. Ella había inducido en mi mente aquellos pensamientos
a modo de explicación de la tarea que allí se realizaba. Me miró con sus claros
ojos. Se había quitado las gafitas y parecía más joven y esbelta. Me acarició
brevemente la mejilla en señal de agradecimeinto y, tomando mi mano, depositó en
ella una especie de moneda. Susurró unas palabras que mi mente interpretó como
un sincero “gracias”, y dando media vuelta se fue por donde había venido.
Me quedé allí
parado, como un tonto, pensando con ironía que al menos me habían “pagado” por
mi trabajo. Aunque lo que más agradecí fue la interesante “explicación”
recibida telepáticamente.
Entretanto, sin
darme cuenta, X se había aproximado hasta donde me encontraba. Algo le abultaba
llamativamente en el bolsillo.
-Bueno, ya podemos
irnos- dijo, sin mirarme.
Cuando reparó en la moneda que aún se encontraba en
mi mano abierta, rompió a reír con sonoras carcajadas, señalando aquella.
- ¡Pero
qué pequeña es la tuya!- añadió burlonamente.
Entonces comprendí
por qué abultaba tanto su bolsillo. Su moneda debía ser varias veces más
grande –y probablemente más gruesa- que la mía. No sé a qué se debía la
diferencia. Quizá el rendimiento de su trabajo fue mayor que el mío. O que a mí, como novato, me pagaran
menos. Pero en cualquier caso, me dije con optimismo, esta pequeña humillación
no iba a conseguir enturbiar el momento. Había ganado mi primer jornal
galáctico.
continuará
Pero qué borde el marcianito, oye. Menos mal que el terrícola no se arredra.
ResponderEliminarQué intriga, con esto de las monedas de diferente tamaño (en el universo galáctico también hay categorías laborales, por lo que se ve), las plantas que crecen a simple vista, etc.
Hasta la próxima!
Qué fácil sería sembrar una semillita en un árido planeta y que empezara el ciclo de la vida, así por las buenas. Pero para conquistar el cosmos es necesario tener mucho aguante. Incluso para soportar las pullas de los marcianitos cabroncetes, que encima te meten en unos "fregaos"...
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