domingo, 2 de diciembre de 2012

Un regalo para Leonardo (IV)



  La Biblioteca oculta de Zöor VI. 
  Un regalo para Leonardo, 4ª parte

  Leonardo estuvo a punto de perder el sentido cuando se vio izado por unas invisibles manos, cuando se sintió suspendido en el aire. Una mareante sensación se asentó en su estómago y la cabeza parecía darle vueltas. Sin embargo, pronto se acostumbró al movimiento. Pensó que, de no ser por las confortables condiciones de su habitáculo, que de algún modo compensaban las sensaciones de la infernal velocidad a que estaba siendo impelido, su cuerpo no habría aguantado tan estoicamente el episodio.
 Una vez acostumbrado a la nueva sensación del vuelo, aventuró una mirada a través de uno de los tragaluces laterales. Hasta ese momento, había permanecido con los ojos cerrados o con la vista al frente, fija en  el oscuro ventanal delantero, aún cegado por la estructura de sujeción, y que no le ofrecería panorámica alguna hasta que su pequeño aparato fuera liberado de las "garras" del gran pájaro.

  

  Al girar levemente la cabeza dentro del yelmo protector y enfrentarse a la visión que le ofrecía el pequeño ventanuco, estuvo a punto de desmayarse de la impresión: un dorado sol naciente esparcía sus rayos como oro líquido por sobre una alfombra de mullidas nubes que se vestían con mil matices de blancos, azules y dorados. Por encima de la capa de nubes se entremezclaban en lo alto de la bóveda celeste el azul del incipiente día con el oscuro tinte de la noche que aún dominaba parte del sector occidental del cielo. La nave, que volaba rauda hacia los confines de la atmósfera, se elevaba paulatina pero decididamente por encima de aquel manto de nubes, que en pocos minutos quedó muy abajo. De pronto, lo que había sido el lejano retumbar de los motores del ingenio, subió de intensidad hasta convertirse en un ensordecedor bramido, y una luz centelleante, como de mil rayos que estallaran al unísono, rodeó la nave e inundó el reducido cubículo en que se hallaba el anonadado viajero. Al mismo tiempo, volvió a notar una fuerza que le empujaba contra el respaldo de su asiento, pero esta vez, mucho más potente que el que sintió al inicio del vuelo. Probablemente, los cohetes de los que antes había oído hablar, habían entrado en funcionamiento para dotar al gran pájaro de la velocidad necesaria para escapar del atrayente influjo planetario y dirigirse a las estrellas. En breves instantes, seguramente, Leonardo, con su cápsula, sería arrojado a una  órbita segura, y el gran pájaro, ya convertido en navío estelar, seguiría su rumbo hacia ignotos destinos. Los fogonazos se interrumpían y volvían a producirse a intervalos irregulares, y cuando por fin se detuvieron totalmente, Leonardo pudo volver a admirar la panorámica que se mostraba a sus ojos. El sol seguía estando allí, pero ahora rodeado de la negrura del espacio. Las nubes, ya muy lejanas abajo, parecían ceñirse a la piel del mundo como un lanoso ropaje. Y, ¡oh! maravilla, se vislumbraba ya el curvado horizonte del planeta dejando adivinar la magnificencia de un mundo esférico, como nunca antes ningún humano lo había visto. Leonardo intentó incorporarse en el asiento para acercarse más al tragaluz y, aunque firmemente sujeto por cinturones de seguridad, empezó a notar los efectos de la ingravidez ya que podía  moverse con suma facilidad. Siguió observando la sobrecogedora imagen del mundo a sus pies, admirando los azules del océano, los pardos, ocres y verdes de la tierra firme, el oscuro mar bajo él, perlado de inquietos cirros que parecían marcar un improbable sendero sobre las aguas...

  Absorto en la contemplación de la escena, le pilló desprevenido la algarabía que empezó a formarse a su alrededor. Un sonido insistente y enervante, como el graznido colérico de un ave gigante, acompañado de unas llameantes luces rojas, llenó de pronto el habitáculo. Al mismo tiempo, unos horribles chirridos se transmitieron por toda la estructura del navío. Los cinturones que le sujetaban volvieron a tensarse. Las luminarias pasaron a una mortecina tonalidad rojiza. Se estaba produciendo la separación.
  Unos suaves golpes dieron paso al siseo de los motores de posición, que ayudaban en la maniobra de separación, para situar su cápsula lejos de la nave madre, a fin de evitar una inesperada colisión entre ambos navíos, ya que la inercia hacía que ambos tendieran a continuar en la misma trayectoria. Una vez completada la separación, el hasta ahora cegado ventanal delantero se iluminó con la luz del día y Leonardo pudo admirar en toda su magnificencia el luminoso orbe del que procedía, su hogar planetario. Al momento, el pánico se apoderó de él, pues pensaba que caía sin remedio hacia los mares que se encontraban debajo, que la Tierra tiraba de él, negándose a dejarlo flotar en el espacio, y un vértigo como nunca había sentido, le poseyó por completo. Tenía razón el perspicaz Leonardo: caía hacia la Tierra. Pero esa caída se prolongaría durante mucho tiempo, pues, como le habían explicado sus visitantes, el impulso al que había sido sometido el artefacto, le permitía burlar, siquiera temporalmente, el abrazo gravitatorio del planeta.

  Ya más tranquilo, Leonardo se dispuso a disfrutar de la excelsa panorámica que se mostraba a sus ojos. En aquel momento vio pasar, muy por encima de él, como una exhalación, el gracioso navío de los señores del cosmos, que como un pájaro que escapa de su cautiverio, remontaba ansioso un vuelo que le llevaría a quién sabe qué remotos parajes celestiales.
  Leonardo ahora reparó en los vidrios o espejos que se hallaban engarzados en aquella especie de extraño pupitre que tenía ante él. Advirtió que se habían iluminado y mostraban imágenes. Eran como cuadros, pero cuyas pinturas tenían movimiento. El mayor de ellos mostraba lo que parecía su nave sobre un horizonte curvado. Representaba la imagen que vería un hipotético observador que se encontrara tras él. En otra pantalla se mostraba la secuencia de la separación de la cápsula de la nave nodriza, y en otra más, lo que parecían una enormes sombrillas afloraban desde el morro de su cápsula, que caía verticalmente. Leonardo comprendió que las imágenes le mostraban los distintos momentos de su viaje y confió en que el desconocido espíritu que gobernaba el navío, le llevaría a buen puerto. De todas formas, pensó, aunque algo salga mal, habrá merecido la pena…


2 comentarios:

  1. Menudo viaje. Y menudo regalo le hicieron los visitantes.
    Es que me he creído por un momento que todo fue verdad, y que Leonardo se pasó el resto de su vida intentando entender esta experiencia. Y que los visitantes eligieron muy bien al destinatario de su regalo.

    A ver qué pasa cuando se baje de la nave...

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  2. Un análisis muy lúcido, Ángeles, esa era la idea. Gracias por tus comentarios.
    PD: no se si contar lo que pasa cuando se baje de la nave o dejar la historia en suspenso, con final abierto...je, je, pero ya se me ocurrirá algo.

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