sábado, 1 de septiembre de 2012

Un regalo para Leonardo. 1ª parte

   La Biblioteca Oculta de Zöor. (VI)
   Un regalo para Leonardo. 1ª parte

  Una vez, hace mucho tiempo, el viejo Maese Leonardo me contó una historia sorprendente a la que en un principio no di crédito, aunque más tarde no tuve más remedio que aceptar como verdadera, ya que las pruebas que me mostró, no dejaban lugar a dudas.
  Fue así que, durante su breve periodo de residencia en Venecia, una tarde de verano en la que se hallaba en el patio de su taller, dormitando en una poltrona,  uno de los sirvientes se le acercó llamando insistentemente:
  -Maese Leonardo, despierte. Unos hombres preguntan por usted.
  Leonardo, saliendo del ligero sopor, dijo extrañado:
 -Ya he saldado todas mis deudas, tanto con Dios como con el Diablo. Así que deben ser clientes.
 -Si, señor. Sí, señor. Y a fe que son ricos y opulentos. No hay más que ver sus ropas y atavíos. Me da, señor, que hoy haréis un buen negocio- repuso el sirviente con ladina sonrisa. Y, como se vería más tarde, no le faltaba razón.
  -Me voy al taller, pues es mejor aparentar que me hallaron trabajando, que no sesteando bajo el ciruelo. Así que vuelve y hazles pasar.
  Una vez en el taller, Da Vinci tomó algunos recipientes y se puso a mezclar colores. Al poco, en la puerta aparecieron dos imponentes señores, con aspecto de ricos mercaderes. No había exagerado el sirviente. Sus ropas, de excelente confección, realizadas en rico paño, orladas incluso con pieles de visón y armiño -algo recargadas para esta época del año, por cierto-, tenían un lustre especial, que Leonardo nunca había visto.
Ambos lucían medallones de oro con piedras que hubieran deslumbrado al más experto tallador antuerpiense. Sus manos enfundadas en finos guantes -otra incongruencia para la época del año- no llamaban tanto la atención como el hecho de que iban enmascarados -con finas caretas de un material que parecía cristal pintado-, quizá convencidos, como muchos forasteros, de que allí en Venecia siempre era Carnaval.
  Repuesto rápidamente de la perplejidad inicial, Leonardo reaccionó con suma cortesía, tal como debe hacerse con gentes de tan formidable apariencia.
  -Pasad, señores y acomodaos. ¿Que les trae a mi humilde casa?
  -Veréis, estimado Maestro -dijo uno de ellos-.Hemos sido enviados por nuestro Presi...ejem...nuestro Monarca para realizar la adquisición de algunas obras suyas, ya que en nuestro Plane...perdón, en nuestra Corte son muy apreciadas desde que tuvimos noticia de ellas por anteriores explora...eh, bueno, viajeros. De hecho, estamos reuniendo una gran colección de obras de arte para disfrute de nuestros ciudadanos, y nos honraría enormemente contar con algunas de las vuestras en dicha colección.
  Hablaba con una extraña voz, como si saliera de una caja metálica, con unos ecos y timbres en exceso vibrantes. Leonardo, algo confuso, iba a argumentar algunas objeciones, pero no tuvo tiempo. El otro visitante, con una voz idéntica, continuó:
  -Sabemos que la mayoría de sus obras se realizan por encargo, pero también es cierto que usted suele realizar varias copias de cada trabajo. Por tanto, le solicitamos, con toda la discreción que ello merece, que nos facilite una copia- siempre y cuando quede certificada documentalmente vuestra autoría- de algunos de los cuadros que haya usted realizado hasta la fecha. No debe preocuparle la posibilidad de que alguien descubra la  duplicidad de las obras, ya que nuestro...eh,... reino... es tan remoto que nadie tendrá noticias de esta transacción.
  Leonardo, sin saber por qué, empezó a sentirse inclinado a confiar en aquellos hombres y, por otra parte, el negocio propuesto parecía legítimo y limpio. Además, le enorgullecía pensar que su obra iba a ser conocida en tan remotos pagos. De manera que, casi decidido a aceptar el negocio, propuso a sus interlocutores:
  -Está bien, buenos hombres. Acompañadme.
Leonardo se dirigió a una pequeña puerta que se hallaba al fondo de la habitación. Introdujo en la cerradura una enorme llave que escondía en su faltriquera y con un clamoroso chirrido de goznes, quedó abierta. Unos empinados escalones se sumergían en la penumbra de un profundo sótano. Descendieron con precaución y, al llegar abajo, el Maestro les condujo, por entre un dédalo de cachivaches y variopintas mercancias hasta un gran arcón de madera con cierres de hierro forjado. Sin demasiada ceremonia, abrió la tapa y uno a uno fue sacando una serie de cuadros, casi todos ellos pintados sobre tabla, más algún que otro lienzo, que por su apariencia, daban la impresión de ser copias más modernas de antiguas tablas.
Allí estaban "La virgen de las Rocas", una pequeña versión de "La Anunciación", "La Dama del armiño", "La Madonna Litta", "La belle Ferronière", "La virgen del Clavel"...
Uno de los hombres, al ver desplegado ante ellos semejante muestrario, dijo extasiado:
 -Oh, es una colección magnífica. Pero echo en falta uno de sus más famosos cuadros, "La Gioc..."¡Eh!
Un fuerte codazo de su compañero le hizo callar de pronto. Se les oyó a continuación discutir en susurros, presa de gran agitación. A Leonardo le divertían sus extrañas voces con esos gorgoritos y ecos chirriantes. Su propia risa le impidió oír bien lo que decían y solo entendió algunas palabras sueltas:
- Ssstúpido. Aún... por lo menos... años para que...ese cuadro. ¡Has estado... punto de... toda la operaciónnn!
El autor del codazo y posterior bronca, reponiéndose de su acaloro, se dirigió de nuevo a Leonardo:
  -Disculpad, Maestro, la ignorancia de mi compañero. Es obvio que no ha podido usted conservar copia de toda su obra. Pero este muestrario es más que satisfactorio para nuestros fines.
  -Bien, bien -dijo Leonardo, pensativo, mientras hacía  cuentas mentalmente de cuanto podría pedir por los cuadros - Hablemos del precio. ¿Cuánto estarían dispuestos a pagar?
  -Bueno, señor, verá. En nuestro...reino hace ya tiempo que no utilizamos el dinero. Pero habíamos pensado una forma de pago que, creemos, le parecerá satisfactoria. Se trata de un regalo...

CONTINUARÁ

3 comentarios:

  1. ¡Pero qué bonito, qué emocionante y qué original!
    Ya estoy deseando leer la continuación.
    Con lo bien que me cae a mí don Leonardo, me encantaría que hubiera tenido una experiencia similar en la realidad. Bueno, para eso están lo cuentos.
    Congrats!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro de que te guste. Es otro de esos experimentos en que me meto en un buen lío. Veremos como salgo. Espero que el desenlace no decepcione. Gracias por tus, como siempre, amabilísimos comens...

      Eliminar
  2. ¡Uy! que intrigante, como en las peli de c-ficción. leeré la segunda parte

    ResponderEliminar