miércoles, 11 de julio de 2012

Relatos de las colonias. Nimbus. Parte XIII

XIII

  - Hemos detectado extrañas emisiones estelares. En un principio pensamos en los quasars, aunque no había ninguno catalogado en este sector. Hicimos las comprobaciones pertinentes y descubrimos el origen de la emisión. Había algo extraño; las lecturas daban una velocidad errónea. O, al menos, eso pensamos al principio. No había correlación entre la distancia estimada por los medios tradicionales y el tiempo que la emisión tardaba en llegar a nosotros. Parecía como si la fuente emisora estuviese mucho más cerca. Casualmente, al día siguiente tuvimos noticias del desastre de la aldea, aunque en ese momento no imaginamos ninguna relación entre ambos hechos. Pero la segunda vez estuvimos más atentos. Detectamos otra emisión y esta vez fue sorprendente. Era de una potencia inusitada y supimos desde el primer momento que podía ser algo peligroso. Coincidió con la caída de las bolas de fuego que destruyeron la segunda ciudad en importancia de la colonia.
  Seguimos investigando y ahora sabemos que ese cuerpo estelar no es tal, no es nada parecido a lo que ya conocíamos. Sabemos que es un peligro y por ello ahora creemos que la alarma está justificada.
  Ahora, además, ha reanudado su actividad.
  -¿Piensa, entonces, que se avecina otro...ataque?
  - No me cabe la menor duda. Las pautas de la actividad de ese... llamémosle "astro", aunque creo que es una definición incorrecta, son las mismas que en las anteriores ocasiones.
  -¿Podría describir qué es realmente ese cuerpo celeste?
  - No desde un punto de vista astronómico. En ese sentido no tenemos ni la menor idea de lo que pueda ser. Pero si quiere una opinión desde el sentido común, eso es un arma.



XIV

  Los navíos del éxodo habían iniciado según lo previsto su singladura. Entre la esperanza y el miedo, gran parte de los pobladores de aquel mundo habían embarcado. Algunos quedaron atrás, convencidos de permanecer en la seguridad, sordos a las advertencias del peligro que se avecinaba, o seguros de poder arrostrar, sin sucumbir, las vicisitudes que vinieran.
  Cada nave, al límite de su capacidad, albergaba cientos de hombres y mujeres, muchos de los cuales ya sabían lo que era abandonar un hogar a cambio de la incertidumbre.
  Al cabo de algunos meses de travesía, recibieron la noticia, no por esperada menos terrible, de que el mundo que acababan de abandonar ya no existía. La misma escena se reproducía en las tres naves: apiñados en el espacio circular de la gran sala de mando, o dispersos por los túneles y pasillos que atravesaban el enorme cuerpo de la astronave, los ahora viajeros del cosmos escucharon el comunicado que desde la Tierra enviaban los astrónomos encargados de la vigilancia espacial. Una gran concentración de energía, de origen desconocido, había aparecido en las inmediaciones del sistema planetario. Durante unos segundos, el potencial energético había ido aumentando y confundiéndose con el del propio sistema. Instantes más tarde, el sistema planetario y su sol habían desaparecido, quedando en su lugar, únicamente, un sector de espacio vacío.
  Krause oyó la transmisión desde su camarote. Postrado en el camastro, no podía dejar de pensar en los que habían permanecido allí.

  De pronto, experimentó una sensación extraña y, sin embargo, conocida. Dentro de su cabeza algo resonaba reclamando insistentemente su atención. Una irrupción en su conciencia, unos inmateriales tentáculos palpando en las profundidades de su mente. Como en una ráfaga, comprendió lo que era y, a un tiempo, sintió miedo, perplejidad,...alegría. ¿Era posible que...?
  El flujo de comunicación irrumpió con claridad en su cerebro:
"Hemos sentido un áspero viento que dispersaba a su paso la materia, una fuerza capaz de disgregar la roca más firmemente cohesionada. Un aire helado que desgaja las raíces de lo temporal y lo eterno. Hemos visto ciudades enteras desaparecer en segundos ante nuestros ojos. Hemos contemplado cómo se descarna la esencia de las cosas y los seres, quedando en su lugar sólo un caparazón vacío que, sin sustento, se desmorona con el simple soplo de la brisa. Hemos sentido las llamas de la destrucción crepitar en el vacío, y una masa informe, engullir el tejido del universo.
  Tuvimos ocasión de comprobar los males que acechan al hombre y a sus creaciones. De palpar el pulso titánico que devora el tiempo y el espacio sin quedar nunca ahíto. Y ese caos, connatural al cosmos, ha llegado a rozaros en la huida.
  Antaño muchos de los nuestros perecieron cuando, inadvertidos, nos cruzamos en su camino; y solo a unos pocos nos fue dado escapar. No nos detuvimos a intentar defendernos, no tuvimos que enfrentar el mismo fin que nuestros iguales. Pero ahora la destrucción llegaba al mundo al que permanecíamos encadenados y teníamos la certeza de que esta vez estábamos a merced del enemigo.
  Sin embargo, por un venturoso azar, como subproducto de la energía destructiva desencadenada, hemos hallado la fuerza que necesitábamos para elevarnos y volar fuera de nuestra prisión. Hemos hallado el flujo vital que nos había sido negado durante eras de desesperación y condena. Hemos conseguido, de alguna manera, robar las armas al enemigo y utilizar en nuestro provecho una pequeña parte de su potencia. Una pequeñez que para nosotros ha supuesto la diferencia entre la extinción definitiva y una débil, pero cierta, esperanza de futuro.
  Pero la fuerza que engulle el cosmos sigue siendo una amenaza. Ahora sólo nos queda seguir huyendo mientras quede un rincón del Universo donde ocultarnos a su ciego avance.
  Ahora seremos nómadas del infinito mientras el azar nos conceda seguir existiendo, mientras podamos seguir disfrutando la prórroga que demora nuestro fin.
  Nosotros somos ya una raza demasiado vieja y débil para luchar. Pero quizá vosotros, o algunos como vosotros, aún en los albores de la edad, encontréis en un futuro la fuerza y el espíritu que os permitan enfrentaros a ese enemigo -y quizá dominarlo- cuando este se fije de nuevo en vosotros y os veáis obligados a luchar. Esa fuerza avanza, imperceptible pero implacable, bebiendo los espacios. Cuál será el escenario de la batalla es algo a lo que no podemos contestar. Ni sabemos si este hecho pertenecerá a esta época o a un futuro muy lejano. Pero el enfrentamiento es inapelable. Deberéis, pues, estar preparados."

continuará


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