lunes, 2 de julio de 2012

De fulgurar triste la ciudad ( y IX parte)


  El padre lo envió al martirio, al sufrimiento de la enfermedad y la muerte para salvar a la humanidad corrupta y sin esperanza. Él era pues el Salvador. Con su muerte, libraría a los hombres de sus padecimientos y posibilitaría el nacimiento de una nueva era en la que, redimidos, iniciarían la reconstrucción del mundo.

  El procedimiento ideado por la Máquina era sencillo. Una vez sedado, sería introducido en un dispositivo de animación suspendida, una especie de sarcófago, donde Jori pasaría a la no - vida. Flotando en una solución conservadora que inundaría todos los conductos de su cuerpo, sería acribillado por miles de finísimas agujas que, conectadas a delgados tubos extraerían de su cuerpo el fluido vital que componía cada tejido, cada célula. Cada gota del regenerado plasma producido por su cuerpo salvaría una vida. Realmente, Jori no moriría, pero durante esa eternidad de no - vida, no - muerte, iría siendo devorado hasta no quedar de él más que un cascarón vacío, una enjuta mortaja, que probablemente sería venerada como una reliquía por las generaciones venideras.

  Todo esto lo contempló Jori en décimas de segundo, imbuído en su mente por el poder telepático de la Máquina, y Jori sintió miedo; después ira; más tarde, repugnancia. ¿Cómo pudiste consentir esto, padre, monstruoso ególatra, depravado verdugo? Su mente, inserta en el circuito telepático creado por la Máquina, con el fin de doblegar su voluntad, recibía los impulsos de aquella, pero a su vez interpelaba a la semiconsciente presencia de Rodamit. Un flujo de avergonzado egoísmo, dolor, arrepentimiento, emanaba de aquella entidad semivegetal en que se había convertido el otrora poderoso líder de la Ciudad. La torturada mente de aquel títere parecía implorar el final, pues su prolongada existencia ya carecía sentido.
  Como en sueños, oyó a la Máquina ordenar a sus captores:
- Es el momento de proceder.
  Seguidamente, mientras lo conducían a una especie de sillón anatómico con grilletes, varios hombres con trajes aislantes se acercaron a ellos. Junto al sillón, observó una bandeja con material quirúrgico, entre el cual destacaba una pistola inyectora con un espeso líquido anaranjado en su interior.
  Jori nunca había sido fuerte, más bien todo lo contrario. Debilitado por la enfermedad, mal alimentado y sin esperanzas durante la mayor parte de su triste existencia, la energía nunca fue una de sus virtudes. Pero eso había cambiado, y él lo sentía. Su cuerpo, alterado por la victoria sobre la enfermedad, había empezado una sorprendente transformación. El vigor, ahora, lo poseía y lo desbordaba. Además, por primera vez, tenía una esperanza, algo por lo que luchar.
  Los hombres que lo retenían, aunque fornidos, lo habían subestimado, y no esperaban su reacción. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, consiguió zafarse de aquellos, golpeó con el codo la cara de uno de ellos, y se abalanzó sobre el sillón. Cuando el otro hombre, un segundo después, ya estaba apresándolo, Jori le clavó la inyectora en pleno rostro. Aullando de dolor y desplomándose poco después, por efecto del anestésico, liberó su presa. Los desconcertados operarios que se acercaban a ellos no supieron reaccionar inmediatamente. Cuando intentaron lanzarse sobre él, Jori ya tenía en sus manos algunos instrumentos que podía usar como armas. La Máquina, incrédula, bramaba órdenes para que Jori fuera capturado. Después de sufrir algunos cortes y rasguños, ocasionados por la furia de Jori y los escalpelos que blandía, los hombres que le rodeaban entendieron que iba en serio. Jori, aprovechando el momento de indecisión echó a correr hacia la salida. En su mente seguía crepitando la salmodia que la Máquina transmitía telepáticamente con objeto de vencer su resistencia y todo su sistema nervioso estaba como embotado. Le parecía estar corriendo sobre arenas movedizas, pero cuando sus perseguidores estaban a punto de darle alcance, algo inesperado ocurrió: en un momento de lucidez, Rodamit decidió ayudarle. Su vehículo podía, en determinadas circunstancias alcanzar cierta velocidad, aunque no estaba hecho para correr. Lo lanzó a máxima potencia contra los hombres que perseguían a su hijo. Tras el choque, el pequeño monoplaza volcó y se deslizó por el suelo hasta llegar a los pies de Jori, en el momento que este cruzaba una de las puertas. Observó que la cúpula de material plástico que cubría el habitáculo había desaparecido y la cabeza de Rodamit, ensangrentada, asomaba fuera del mismo. Pero aún le oyó decir, con su debilitada voz:
- ¡Corre, hijo,… sálvate!



  Pasadizos, túneles, oscuridad... Jori huyó durante horas por aquel laberinto, siempre intentando ir en dirección ascendente, buscando alcanzar la superficie. A veces oía voces o el sonido de algún vehículo al pasar. Intentaba mantenerse al abrigo de las sombras de aquel dédalo escasamente iluminado, y finalmente logró alcanzar una salida. En su mente había forjado un plan durante aquellas horas de desesperación. Saldría de la ciudad, contactaría con las gentes del extrarradio, quizá consiguiera ayuda de algún otro loco que, como él, creyera en la existencia de otras ciudades, de otros supervivientes que hubieran prosperado. Y, provisto de una nueva energía, emprendería el camino. Siempre había sospechado que la existencia de una única ciudad en el mundo, la urbe singular, no era más que una leyenda, un error provocado por el aislamiento.  Pero ahora, más que nunca, estaba seguro de ello. Y si no era así, perecería en el intento. Mejor eso que el horrible destino que le deparaba su nueva condición si era capturado.

*   *   * 

  Horas después, el futuro de Jori se había materializado en un áspero camino, cubierto de negra ceniza y puntiagudas piedras. Pero era un camino, al fin y al cabo, que quizá le condujera a alguna parte. Por un momento, volvió la vista atrás. En la lejanía aún se distinguía una mortecina luz, un triste fulgor, la ciudad.

 
FIN 



Una vez terminada la publicación por entregas de este relato, añadimos el siguiente enlace que les permitirá descargar, si  lo desean, el relato completo en formato PDF.
Las descargas son completamente libres, pero rogamos escriban un comentario, en esta misma entrada, sobre el relato leído, y, si utilizan parte o partes del mismo, mencionen este blog como procedencia. Esta obra está registrada en Safe Creative con el código 1207031912695


De fulgurar triste la ciudad

3 comentarios:

  1. Acabo de leer la IX entrega de esta historia y lo que he leído me ha sobrecogido. Tengo muchas dudas y confusiones y hasta que no me lea toda la historia, no podré hacer un comentario serio de la misma.

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  2. Me lo he leído entero; sigo pensando que es sobrecogedor.
    El lenguaje está muy cuidado y me gusta; la historia está muy trabajada y me gusta; Tengo que volvérmelo a leer. Soy muy dura para entender la ciencia ficción a pesar de lo que me gusta. ¿Lo que estás explicando es como una versión futura de lo mismo que hizo Diós, según los cristianos, enviando a su hijo Jesús a redimir a los hombres de sus errores y maldades, o solo me lo parece?
    Menos mal que acaba bien; él se cura y en su padre se despierta el instinto paternal y lo ayuda a alcanzar la libertad.

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  3. Gracias, Ave por esos magníficos comentarios. No es necesariamente una historia sobre Dios y los cristianos. Lo que quiero dar a entender es que las historias se repiten y, en determinadas condiciones pueden volver a ocurrir cosas parecidas. Además, es el juego de siempre de la Ciencia Ficción: retorcer o dar vueltas de tuerca a lo ya conocido para intentar hallar una explicación. En cuanto a lo de entender, no te preocupes, una buena obra tiene la virtud de reflejar cosas diferentes. Y cada persona las puede entender a su manera.

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