martes, 12 de junio de 2012

De fulgurar triste la ciudad (VIII parte)

  Aquel laberinto de túneles en el corazón de la ciudad semejaba las intrincadas circunvalaciones de las arterias en su conexión con el  corazón. Pobremente iluminados, sólo los iniciados eran capaces de hallar su camino en ellos. De cuando en cuando, a derecha e izquierda se adivinaban oscuras bocas que conducían a su vez a otros túneles, y Jori imaginó que, a la postre, podrían llevar ante las mismas puertas del infierno. 
  Evidentemente, le llevaban a un lugar secreto. Aunque quisiera escapar, ya no podría sino perderse en aquel laberinto, recorriendo infinitamente aquellos intrincados pasadizos. Pero el conductor del vehículo parecía saber perfectamente a dónde iba. Tras una curva, el carril por el que circulaban se ensanchó en una especie de glorieta, cubierta por una alta bóveda. En la pared que la circundaba se abrían una serie de puertas. Lo sacaron del coche y se dirigieron hacia una de ellas.

  El búnker antirradiación fue la génesis de la ciudad. Como semilla plantada en la profundidad de la Tierra, permaneció sellado durante décadas hasta que sus moradores decidieron que era la hora de salir al exterior. Sus cálculos eran correctos. Esperaron el tiempo estipulado desde la finalización de la guerra. Pero su sorpresa y su horror, al acceder de nuevo a la superficie, fue comprobar que la guerra no había terminado. Los arsenales de las potencias, capaces de destruir la Tierra mil veces, siguieron lanzando su mortífera carga durante decenas de años, siguiendo un programa automático, hasta agotarse totalmente. Todos esos años esperando en la relativa seguridad del refugio habían sido en vano. Y la contaminación seguía estando por todas partes. Y la enfermedad diezmó a los supervivientes. Y estos la transmitieron por generaciones.

  Llegaron a una sala inmensa, de suelo pulido e intensa iluminación. Cientos de operarios enfundados en trajes asépticos se afanaban en torno a sus puestos. En el centro se veía una enorme construcción metálica rodeada de cables, tubos y superestructuras por donde se movían los operarios. Los hombres que escoltaban a Jori le hicieron detenerse a unos metros de la estructura. Desde una esquina se aproximó un pequeño vehículo eléctrico, en cuyo habitáculo se adivinaba la familiar y ajada figura del Presidente Rodamit, que Jori había visto alguna vez en televisión. De pronto, una pantalla en la parte frontal de la Máquina, se iluminó, formando una imagen pixelizada que sugería un rostro redondeado y de apariencia benigna. La Máquina comenzó a hablar:
  -Bienvenido a mis humildes dominios, querido Jori. Posiblemente no sabes nada de nosotros, pero nosotros lo sabemos todo sobre tí. Ah, te presento a tu padre, el Ilustre Narg Rodamit. Siempre te creíste huérfano, pero tu padre, aquí presente, todavía vive. Por sorprendente que parezca.
  Tienes reservado un sublime destino. A estas alturas, ya te habrás dado cuenta de que te has curado completamente de la  enfermedad. Y serás la llave para curar a toda la humanidad. Tu sacrificio será necesario, pero serás recordado como el Salvador.
 Jori empezó a comprender. Había sido concebido y criado con el único fin de sintetizar en su cuerpo el remedio que curaría la enfermedad. Pero algo se rebelaba dentro de él. Unas horas atrás, cuando comprendió que su cuerpo dejaba de producir la esencia, se había preparado para esperar la muerte, y no le importaba, pues tenía asumido que ese sería su final. Pero, más tarde, al sentirse curado, una esperanza comenzó a florecer en su mente. Ahora, como en un fogonazo lo vio todo claro. Debía huir de allí, aún no sabía cómo, salir de la ciudad y comenzar su viaje en busca de otro lugar donde vivir.
CONTINUARÁ



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4 comentarios:

  1. No sé si mi comentario saldrá repe, porque algo raro está pasando en esta internet de locos.
    La cosa es que me ha gustado mucho lo que cuentas y acepto la invitación a leer la novela.
    Además, hace mucho, en una galaxia muy lejana, leí yo, de F. Brown, "Marciano vete a casa" (¿quién me la recomendaría?), que me encantó y me pareció muy divertida.

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  2. Entiendo que este comentario se refiere a "Universo de...", pero ha salido en otra entrada. Da igual, pero aprovecho para rogarte que leas esa entrada (De fulgurar...VIII) si no lo has hecho ya. Me gustaría saber tu opinión. Por otro lado, en cuanto a lo que nos ocupa, siempre me ha parecido fascinante el universo, valga la redundancia, de Fredric Brown. Tiene una frescura y amenidad que me siguen cautivando al cabo de los años.

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  3. No hacía falta que me lo rogaras, he leído la entrada con mucho gusto, y me congratula que te interese mi opinión.
    Creo que en cuanto a la forma, el lenguage, es muy elaborada y cuidada, detallista, pero, como suele pasar en estos casos, la lectura se hace lenta, un pelín densa, lo que a muchos lectores puede desanimar a seguir leyendo. Queremos saber qué pasa ahí, qué le va a ocurrir al personaje. El lugar ya nos lo imaginamos nosotros con un par de pistas que nos des. La trama -o lo que se intuye de ella en el fragmento- es interesante, un tema clásico, me parece, que con un lenguage más ágil y un estilo más 'moderno',resultaría mucho más emocionante. Precisamente esa frescura y amenidad que te atraen de F.Brown es lo que le encuentro yo a faltar a este tipo de textos.
    Pero claro, ahí entra mi gusto personal. Otra cosa es el estilo que tú quieras darle a tu relato, que pa eso es tuyo.
    Y ya está, esta es mi modestísima opinión.
    Saluditos.

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    1. Gracias por tu completísimo y sagaz comentario. Qué más quisiera yo que tener la amenidad y otras virtudes del maestro Brown. No obstante, he de confesar que este relato -aún no terminado- es el desarrollo de un bosquejo escrito, también, allá por mis años mozos y he querido ser fiel al estilo en que fue concebido en su momento, aunque se note un poco arcaizante y barroquillo. De todas formas, es por aquello de que el lector no se desanime, por lo que lo voy transcribiendo en trocitos pequeños.

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