lunes, 11 de junio de 2012

Comentarios. Universo de locos (What mad Universe)

  Este es el título de una encantadora novelita del inefable Fredric Brown (1906-1972), escrita allá por el año 1946, que, ciertamente, a la luz de nuestros días, rezuma candor e inocencia, pero no debemos perder de vista que Brown era un maestro de la ironía, con lo que dicha inocencia puede tomarse, al fin y al cabo, como una licencia literaria. En cualquier caso, diré que se trata de una de mis novelas favoritas de SF, entre otras cosas, porque incluye una serie de temas e ideas muy interesantes, tratadas de manera  muy original, bajo el característico enfoque humorístico, irónico y sorprendente de Brown.
  Todo empieza cuando Keith Winton, casualmente director de una revista de Ciencia Ficción en el Nueva York de los años 50 del pasado siglo, está descansando en el jardín de la mansión de su jefe, en los momentos previos a la cena, en la noche del cohete. Esto se refiere a que esa noche el primer artefacto lanzado por la humanidad hacia la Luna, tiene previsto chocar contra ella y despedir, en el momento del impacto, un fogonazo que se podrá ver a simple vista desde la Tierra. Lo que ocurre, sin embargo, según se explica en el prólogo, es que por un fallo técnico, el cohete, en lugar de dirigirse a la Luna, vuelve a caer hacia la Tierra y precisamente impacta ¿no adivinan donde? Pues sí, en el jardín de la mansión del jefe de Winton. Según las periódicos del día siguiente, las doce personas que se hallaban en la propiedad  murieron en el acto, pero solo se encontraron once cadáveres. El cuerpo de Winton, supuestamente, se desintegraría, al hallarse tan cerca del lugar del impacto.
  Pero, desde el punto de vista de Winton, lo único que ocurre es que se cae al suelo al desaparecer el sillón en el que estaba dormitando. Ahora, eso sí, cuando se levanta descubre que se encuentra en un lugar desconocido: En realidad, el lugar es el mismo, una parcela rústica en algún punto de las montañas Catskill, en el estado de Nueva York, pero todo es distinto. Con la explosión del cohete, ha sido transportado a un universo paralelo, donde muchas cosas son coincidentes con la realidad de Winton, pero otras...Y ahí es donde empiezan las desventuras de Keith Winton, que va sorprendiéndose a cada paso y que, además, debido a su ignorancia de ciertas cuestiones y costumbres, es confundido con un espía enemigo: Efectivamente, la humanidad está en guerra; nada menos que contra los arturianos, habitantes del sistema de la estrella Arcturus. No hace falta añadir, que en ese universo, la humanidad dispone de naves espaciales y otros adelantos impensables en la época de Winton.
  Hay una serie de elementos chocantes como la coexistencia de viejos Ford T y naves interplanetarias o el hecho de que haya sido inventado una especie de superordenador autónomo y con capacidades telepáticas, pero que, para llamar por teléfono, la gente tenga que esperar cola ante una cabina. Pero todo esto queda justificado en un sorprendente final que no voy a desvelar.
  A lo que me refiero con el candor y la inocencia mencionados más arriba es a la forma en que gracias a una serie de afortunadas casualidades, el protagonista va sorteando los peligros a que se ve abocado por su desconocimiento de la realidad en que se encuentra. Es realmente afortunado que, cuando la policía llega a su habitación de hotel, buscando al supuesto espía,  uno de los agentes, aficionado al género, sea lector habitual de la revista dirigida por Winton, y, entablando una amena conversación con él, queda satisfecho con su identificación y le dejan marchar. Y no sólo eso, llaman a los encargados de la vigilancia de la estación para que lo dejen salir de la ciudad sin más averiguaciones. Incluso le informan de la hora de salida del tren.
  Una vez en Manhattan, y debido a los rigores de la Niebla Negra, el incauto Winton, que pretende llegar a su casa en plena noche desde la Estación Gran Central, está a punto de ser capturado por los Nocturnos, una sanguinaria banda de delincuentes que deja un reguero de muertes todas las noches en el corazón del viejo Nueva York. Pero Winton, afortunadamente, se salva porque, justo antes de ser alcanzado por los asesinos, consigue romper el cristal de una puerta y penetrar en el interior de lo que ¡oh, casualidad!, es un pequeño hotel donde, tras convencer al empleado de sus buenas intenciones, alquila convenientemente una habitación para pasar la noche y, además, compra unos libros que le informarán de cómo es la vida en este nuevo Universo.
  Pero dejando aparte estas licencias argumentales que, evidentemente, tienen la única finalidad de permitir desarrollarse la trama sin que el protagonista muera a las primeras de cambio, como consecuencia de los incontables peligros de este violento universo ("¡Disparen sin previo aviso!", "...cinco mil policías habían muerto en luchas callejeras", "...se había acabado por abandonar los intentos de mantener la ley y el orden por la noche."), hay una serie de argumentos muy interesantes como ya dijimos anteriormente, que hacen de esta novela un clásico de culto:
Una infinidad de infinitos. Una de las sempiternas tentaciones de la Sci Fi ha sido la de encontrar atajos practicables a otras realidades, ya sean futuras, remotas o alternativas. El paso de un universo a otro paralelo merced a algún hecho fortuito es una de las más socorridas, ya que no se necesita dotar al protagonista de grandes conocimientos ni medios técnicos. Una vez en el otro universo se puede dejar volar la imaginación y contar prácticamente lo que se quiera, amoldando las circunstancias del relato a la historia que se quiere contar. En esto, Brown es un maestro, llevando al lector por donde él quiere, para sorprenderlo a cada paso, ya que se puede esperar cualquier cosa conforme va avanzando la narración.
Inventos increíbles. Esta es una de las principales características de las narraciones de la primitiva SF: la acumulación de sorprendentes inventos que venían como anillo al dedo en el desarrollo de la historia. Brown, socarronamente, hace un uso generoso, aunque cuidado, de esta licencia. El Potenciomotor Burton; "las máquinas de coser rampantes", que son el precursor del viaje espacial instantáneo y gratuito, conseguido merced al montaje de ciertos dispositivos electromecánicos (unos cuantos cables, bobinas eléctricas y un juguete de cuerda)  en una caja de cartón. Y, por supuesto, el Mekky, al que antes hemos aludido como una especie de ordenador que sabe hacer un montón de cosas.
El superhéroe. Joe Dopelle. Es el culmen de toda buena historia clásica de fantasía. Un hombre que es al mismo tiempo líder de las masas, superinteligente -ha inventado un montón de cosas-, supervaliente -es el comandante en jefe de la flota terrestre en lucha contra los malvados arturianos-, y además, superguapo: todas las mujeres de la Tierra suspiran por él. Pero la única que ha conseguido que se fije en ella es la -suponemos que guapísima- Betty Hadley,  su prometida. Precisamente la que iba a ser la novia de Winton en su universo de origen. Hasta la novia  le quitaron en este Universo de locos.

  Bueno pues, por increíble que parezca, Brown consigue, con este aparente batiburrillo sin sentido, montar una historia genial, en la que, al final, todo queda justificado y convenientemente resuelto. Hasta la inquietante e inexplicable situación de Keith Winton es aprovechada, en última instancia, para vencer las dificultades a las que la Tierra se enfrenta en ese universo, convirtiéndose aquel en un héroe para la Humanidad, en lo que representa una de las más afortunadas piruetas narrativas logradas por Brown. Pero no vamos a desvelar nada más de la novela. Esto no es más que una invitación a leerla. Y si deciden hacerlo, espero que la disfruten.

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3 comentarios:

  1. Vamos a ver (we go to see), yo ayer dejé aquí un comentario... Será qu se lo ha tragado un agujero negro...
    Bueno, te decía en ese comentario fallido que lo que cuentas de la novela me ha gustado mucho y acepto la invitación a leerla. Además, de F.Brown leí, hace mucho tiempo, "Marciano vete a casa" (¿quién me la recomendaría?), y recuerdo que me gustó mucho y me lo pasé muy bien.

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    1. Que sí, que sí, que el coment salió, pero en otro lado. Mira en la entrada siguiente, que ahí está todo...

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    2. A mí, también me han entrado ganas de leerla; supongo que cualquiera que lea tus explicaciones sobre el libro se animará; pones tanto entusiasmo que es imposible resistirse.

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